Homenaje a MAURICIO  KLEBER SILVA IRIBARNEGARAY

El miércoles 14 de junio familiares y amigos de éste  sacerdote uruguayo, lo homenajearon colocando una placa en su memoria en la fachada de la Parroquia San Juan Bautista de Pocitos en Montevideo.

Este homenaje tan merecido se logró gracias al apoyo del cura párroco Pbro. Paul Dabezies y la comunidad parroquial , de “Madres y Familiares de Detenidos-Desaparecidos”, de la Junta Local Nº 5, de la Unidad de Comisiones de la Intendencia Municipal de Montevideo, del Intendente de Montevideo Dr. Ricardo Erhlich y de la Familia Espiritual de Charles de Foucauld.-

El Hnito. Mauricio Kléber nació el 20 de setiembre de 1925. Su padre era militar y le puso ese nombre por su admiración por el Gral. francés de la época de la Revolución. Luego adoptó el nombre de Mauricio en su ambiente familiar y religioso.

Nació en medio de una familia campesina que vino a Montevideo en busca de trabajo. Fue el cuarto de cinco hermanos. Al año de nacido el quinto, llamado Jesús Ramón, fallece su padre. Ese suceso les cambió la vida, pues era el que mantenía el hogar. La mamá de Mauricio, de temperamento fuerte, comenzó a coser para afuera con la ayuda de sus hijos. Unos cosían botones, Mauricio hacía los ojales, que eran muy difíciles. Así nunca les faltó el pan, aunque vivían modestamente.

Muy joven, Mauricio entró al Seminario Salesiano, en la Patagonia. Llevó una vida muy rica y fuerte en experiencias.

Era un hombre alto, con apariencia de fuerte y sano. De gran alegría y de risa fácil. Muy demostrativo en sus afectos. Fue fiel y exigente consigo mismo. Primaba su vida interior. Leía mucho. Le gustaba remar y jugar al fútbol. Atendía a los muchachos en los campos deportivos todo el día. Tocaba la guitarra- zambas, baguales- y aprendió a tocar la trompeta.

Cuando su madre enfermó, fiel al ser más querido y necesitado en ese momento, resolvió dejar la Comunidad Salesiana para ayudarla económicamente. Desde Paysandú le escribió al Cardenal Dr. Antonio Ma. Barbieri, Arzobispo de Montevideo, el 20 de mayo de 1960. Le pidió permiso para pasar al Clero y el Arzobispo lo recibió con cariño.

Ese fue el único motivo por el que Mauricio dejó a los salesianos. No era una defección, sino una imperiosa necesidad. Vivió con dolor el alejamiento. Salir de la comunidad le resultó difícil. Superada  esa situación familiar, consideró que debía volver a la vida de comunidad.  En ese momento post-conciliar, conoció la Comunidad de los Hermanitos del Evangelio de la espiritualidad de Charles de Foucauld, de sacerdotes obreros. Recorriendo calles en Buenos Aires, conoció la naturaleza humana del barrendero. Eran alrededor de quince mil personas trabajando como barrenderos. Se preguntó quién los atendía espiritualmente. Como nadie lo hacía, eligió instalarse allí para vivir el Evangelio junto a ellos.

Mauricio tenía sus proyectos sindicales. Se reunía con los dirigentes en el conventillo de la calle Malabia 1450, en un momento en que las autoridades querían privatizar el servicio, dejando en la calle a muchos  trabajadores.

Él, como los demás desaparecidos, era un hombre de gran sensibilidad frente al débil. Los excluidos de una sociedad mal estructurada aumentaban, Mauricio ayudaba a la gente a aliviar su vida tan difícil y a crecer interiormente. Su ritmo de trabajo era arrollador, solidario y fraterno.

Muchos pagaron sus sueños con su sangre y nos dejaron como herencia el sacrificio de sus vidas. Mujeres y hombre “consagrados con generosidad en tareas pastorales y sociales, cristianos o no, pero todos notablemente humanos”, nos dice su hermano Jesús que siguió los mismos pasos religiosos que Mauricio.

Así concluye Jesús: “Hoy no sabemos ni cuándo ni cómo fue su muerte, bajo qué torturas ni en qué lugar quedaron sembrados sus despojos martiriales. Mauricio  es uno de ellos. Y hoy nos congrega para convertir el llanto en esperanza, para recuperar la memoria de lo que no puede olvidarse y para transformar su sacrificio y su vida en semillas de patria nueva y de felicidad futura, con la bendición de Dios que nos protege y acompaña”.

Como afirmaron sus amigos Yolanda y Ramón desde Ecuador: “A Mauricio no le quitaron la vida. Él la entregó en un supremo gesto de solidaridad con sus compañeros de lucha”.

El diputado de Buenos Aires Luis García Conde es autor de la Ley 1.032 que declara el día 14 de junio “Día del Barrendero”, en homenaje a Mauricio. Esa unidad de aseo urbano es la única zona que no ha sido privatizada.

Es justo e ineludible reclamar s todas las autoridades  , que respondan verazmente sobre todo lo que pasó con Mauricio. En marzo de 2006 la Justicia Argentina inició  la querella  criminal, contra el Estadio por  Mauricio como detenido- desaparecido por las autoridades de la Dictadura el 14 de junio de 1977.

 

SAN MAURICIO DE LOS BARRENDEROS.

Como el mulato de Porres

el Padre Silva Oriental.

Es primero barriendo en Lima y

y el otro, la Capital.

 

Ambos cuidando al Cristo

en el hermano empobrecido.

Ya lo ve, está visto:

uno santificado, el otro desaparecido.

 Coplas de un folleto preparado por María Rosa Lazarte en junio de 2003.-