El Hermano René  Voillaume y la Hermanita Magdeleine

50 años de íntima colaboración

Annie de Roma

  Se encontraron por primera vez en El Golea, en pleno Sahara, junto a la tumba de Carlos de Foucauld, el 19 de marzo de 1938. Enseguida la Hta. Magdeleine se sintió llena de confianza a pesar de que la acogida del Padre (en la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús le llamábamos así) había sido bastante reservada. ¡Eran tan diferentes!

Algunos años más tarde la Hta. Magdeleine le escribe a este propósito:

“Tenemos dos temperamentos completamente distintos, dos métodos (...) Creo que no es culpa suya ni mía, es el Señor que lo quiere así. No hay que querer parecerse, sería una catástrofe para uno y otro (...) El Señor nos ha destinado juntos para una cosa muy grande.”

Lo que les unió profundamente, más allá de estas diferencias, fue una profunda comunión espiritual. En noviembre de 1944, al final de una semana que pasaron juntos en El Abiodh, Hta. Magdeleine escribía al Padre: “No había recibido nunca gracias tan grandes desde el inicio de la fundación. Creo que fue el alma del Hermano Carlos que se reveló durante este encuentro.” Un mes más tarde es el Padre quien escribe a la Hta. Magdeleine: “Me parece que, cada vez más, debemos estar profundamente unidos y que nuestras dos fundaciones deben apoyarse una en la otra, vivir del mismo espíritu”.

Hta. Magdeleine, que sentía la necesidad de dar a las hermanitas una espiritualidad alimentada en la fuente de la vida y del mensaje del Hermano Carlos, estaba convencida de que el Padre tenía el carisma de traducirla en un lenguaje actual y evangélico. Y por esto, a partir del año 1946 le confía la formación espiritual de las hermanitas durante las “sesiones” que tendrán lugar, primero, en El Abiodh y, después, en Roma.

En 1953, Hta. Magdeleine emprendió un largo viaje alrededor del mundo, para sembrar fraternidades, e invitó al Padre a compartir con ella esa aventura. Él mismo reconoce que “él es quien es arrastrado, y la Hta. Magdeleine quien arrastra...” Reconoce también que por sí sólo no hubiera pensado nunca en este viaje, y sin embargo añade: “era la expresión concreta y el ‘poner en práctica’, si puedo expresarme así, de la universalidad concebida como una apertura a las distintas razas y a los distintos pueblos.”

En el curso de los años el afecto y la confianza se profundizan. Hta. Magdeleine escribía al final de un día pasado con el Padre:

Hemos hablado sobre todo de nuestros proyectos de fundación. No hay ninguna divergencia, excepto que nuestros dos cerebros no se parecen, y los cerebros tienen una ‘famosa’ influencia sobre los métodos... Pero el Padre tiene una bondad y una paciencia extraordinarias...Constatamos más que nunca que entre nosotros hay una profunda unidad y que las discusiones sirven para obligarme a precisar mi pensamiento... Encuentro en sus cartas una fuente inagotable de textos que subrayan aún más esta unidad en lo esencial de nuestra vocación.”

Algunos meses antes de su muerte, Hta. Magdeleine, a pesar de estar ya muy débil, proyectó un último viaje a la Unión Soviética. Y esta vez, es el Padre quien la animó a avanzar:

“Nunca has estado tanto en las manos del Señor como en este viaje. No es tentar a Dios, puesto que Él te ha guiado y acompañado siempre en estos viajes humanamente irrazonables. Cuanto más débil y físicamente incapaz eres, más es únicamente la mano del Señor que dirige tu barca, no te pasará nada más que lo que él quiera.”

Camino de abandono que él también ha vivido al final de su larga vida, en la debilidad y la dependencia, última preparación para el encuentro con el “Bienamado”, a quien los dos buscaron apasionadamente a lo largo de toda la vida.