Casa Grafitos

Rodrigo Monlelongo, un hombre relativamente joven, mejicano de Saltillo, cerca de Monterrey; un laico hombre de Dios, tocado por el amor a los jóvenes y niños más necesitados de cariño y de acogimiento de su ciudad. Fundador y director del Centro GRAFITOS, un espacio de encuentro y de acogida donde muchos jóvenes y adolescentes saltíllanos pueden enderezar una vida siempre muy difícil y abocada a la explotación y la marginalidad. Son sus "pandilleros " nombre de las bandas de la calle; un círculo vicioso de desarraigo y violencia que el intenta romper dedicándoles su tiempo y sus recursos.

A Rodrigo lo hemos conocido por medio de Judit Catalán, una joven del grupo de los "Cireres", que está estudiando la licenciatura de trabajo social en Méjico y que colabora con el. Rodrigo vino a España para unos encuentros de trabajo cara a establecer programas de colaboración con organizaciones de jóvenes españoles, también pera un tiempo de retiro y descanso con sus amigos los monjes Jerónimos de El Paular. Pasó por su casa unas horas, poco más de una cena, una noche y una comida, pero damos gracias a Dios por haberlo conocido. Lo que sigue es el testimonio que le hemos pedido. ¡Gracias Rodrigo!

Josep Calvet

Estoy dedicado a colaborar con niños, adolescentes y jóvenes de sectores desfavorecidos en Saltillo, Coahuila México. Lo hago porque creo firmemente que es una vocación específica que Dios me ha dado para construir en este pequeño territorio, el anhelado cielo, la paz y la felicidad que sólo provienen del Amigo que nunca falla.

Mi tarea es sencilla: darme, darme todos los días a todos aquellos hermanos míos que vienen de los barrios de la ciudad a un centro de acogida que funciona como casa de día. Me llena de ternura verlos llegar, casi siempre, con algo de temor, y cómo no si siempre han sido usados por los demás, vituperados, reducidos a su mínima expresión, marginados de toda acción de equidad y de justicia.

Cuando están frente a la puerta de la Casa Grafitos, me emociona el ver cómo Dios me entrega a sus hijos. Oh gran responsabilidad que representa el tenerlos frente a frente, casi siempre con la mirada baja (ellos) y con mucho miedo (de mi parte). Ese momento de conversación es indescriptible, porque en el “quiero chanza” o en el “vengo a pedir entrar” se va toda la vida del chico necesitado, urgido de un espacio de libertad.

Es en ese momento mágico cuando quisiera que Cristo mismo estuviera allí para recibirlos y decirles “no temas, yo estoy contigo”. Trato de darles toda la confianza de que soy capaz y sin mayores trámites, los acepto, tal y como lo haría Nuestro Señor.

De aquí y de allá he armado un método de trabajo al que he llamado “Dialógico-Participativo” y que tiene como finalidad que los chicos sean los actores del proceso de cambio.

En el área espiritual busco que los chicos encuentren el sentido de trascendencia y aprendan a hacer suyos los valores trascendentales del ser cómo en su momento los explica la metafísica. Luego, en el tema del desarrollo humano intento hasta donde puedo y junto con el equipo de voluntarios, que los chicos refuercen su autoestima a pesar, a veces, de sus familias disfuncionales.

Vendrá en seguida el asunto de la educción formal o no formal donde intentamos que regresen a los niveles de primaria y secundaria de los que han desertado o el mismo sistema los abortó.

Y como cereza del pastel vendrán los talleres productivos para inculcar en ellos la cultura del trabajo. Posteriormente el protagonismo y la visibilización de los chicos urbano-populares y la participación comprometida como agentes de cambio social.

Uffffff.... que tarea! Y allí estoy, todos los días despertando con el mismo ideal: servirle a Dios con este esfuerzo en la microlocalidad en la que habito, venciendo inercias, desprecios, faltas de apoyo, insultos, penas ajenas....

Y así me acuesto, satisfecho de haber exprimido cada segundo del día a favor de esos chicos en busca de su propia identidad, sometidos al juicio de la historia, los sin-nombre, los invisibles par el mundo pero visibles para Dios.

Los amo, los amo intensamente como grupo social en situación de vulnerabilidad, alzo la voz por ellos y por ellos me comprometo, lucho, me convierto en la voz del que clama en el desierto porque para “los otros” en la sociedad, ni ellos ni yo existimos y si nos movemos, y nos hacemos notar, entonces ellos con todas sus armas “los otros” siempre nos ganan la batalla en la tierra pero nunca en el cielo porque para nosotros el cielo está aquí, en la vida rutinaria, en la cotidianidad, donde hemos aprendido a ser libres, a construir sueños a saber que si queremos cambiar y cambiarnos, deberemos hacerlos sólo con la ayuda de Dios y nuestras fuerzas y teniendo todo en contra nuestra.

Me resistía a escribir esto, siempre que lo hago hablando en primera persona me da mucha pena hacerlo, porque no quiero ser protagónico, no me interesa, pero si de algo sirve la reflexión, entonces que bien es compartir esta experiencia de Dios en Saltillo.

Recién he leído cosas sobre Carlos de Foucauld y me parece que siempre hay en la historia de la humanidad y de la Iglesia, gente con sufrimientos parecidos y dichas que sólo Dios regala.

También recién he conocido seguidores de la espiritualidad de Carlos de Foucauld (no se si así se escribe)  y hasta el momento, me parecen hombres y mujeres que construyen sus vidas con el dulce sabor del evangelio, metidos en el mundo y siendo luces para todos. A ellos mi agradecimiento por sus atenciones.

Rodrigo

Grafitos-México