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LA OPCIÓN POR LOS POBRES

BUENA NOTICIA PARA LOS POBRES.

Reflexión de Josep Vicente Calza

El anuncio del Reino de Dios a los pobres

Cuando Jesús anuncia la llegada del Reino de Dios, se dirige a los pobres como los primeros que deben escuchar este anuncio como una buena noticia. «El Espíritu del Señor está sobre mí y me ha ungido para que dé la buena noticia a los pobres». (Lc 4,18)

El Reino de Dios pertenece, según Jesús, a los desposeídos, a los hombres y mujeres indigentes, los indefensos, víctimas de la opresión, incapaces de defender sus derechos, gentes a las que nadie hace justicia, personas para las que no hay sitio en las estructuras sociales ni en el corazón de la mayoría de los hombres y mujeres.

El carácter privilegiado de los pobres en el Reino no se debe a sus méritos, a sus virtudes, ni siquiera a su mayor capacidad para acoger el mensaje de Jesús. La pobreza, por sí misma, no le hace a nadie mejor. La única razón es que son pobres y abandonados, y Dios, Padre de todos, no puede reinar entre los hombres sino haciendo justicia a los que nadie hace (Sal 72.12-14.146,7-10).

Si Dios reina entre los hombres, ya no reinarán unas clases sobre otras, ya no oprimirán unos grupos a otros. Si Dios reina, no deberá reinar ya sobre los hombres. El dinero, el lucro, el capital, la producción, el poder, como señores absolutos. Ante la llegada del Reino de Dios tienen suerte los pobres, porque Dios no puede reinar en la nueva sociedad sin hacerles justicia.

Jesús desenmascaró el poder deshumanizador encerrado en las riquezas. Para Jesús, las cosas materiales son buena y  los hombres deben disfrutarlas como un regalo de Dios. Pero grita con firmeza que no es posible entrar en la dinámica del Reino de Dios y vivir esclavo de las riquezas. Toda riqueza que el hombre acapara para sí mismo, sin necesidad es injusta (Lc 16,9) porque está privando a otros de lo que necesitan. El Padre que ama a todos los hombres no puede reinar en la vida de quien vive dominado por el dinero: «No podéis servir a Dios y al dinero» (Lc 16,13).

La cercanía de Jesús a los pobres.

Jesús no podía anunciar el Reino de dios a los pobres sino en una actitud de cercanía, servicio y defensa de los necesitados y de los pobres: los enfermos, los minusválidos, los leprosos, los mendigos, las viudas y desvalidas, los desamparados por la ley. Jesús se acerca, de forma especial, a éstos (Mt 11,25), Jesús se acerca a las gentes porque las ve necesitadas, hundidas en el dolor, Jesús defiende los derechos de los pobres y trata de despertar en la sociedad una corriente de solidaridad y verdadera fraternidad.

Jesús no sólo se acerca a los pobres, sino que comparte su suerte. De hecho, nació, vivió y murió pobre. Este estilo de vida pobre es la actuación consecuente de quien sabe que no se puede anunciar el evangelio a los pobres desde la riqueza, el poder o la seguridad, Jesús mismo para anunciar el Reino de Dios, lleva una vida itinerante e inseguras: «No toméis nada para el camino, ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni tengáis dos túnicas» (Lc 9,3)

Su acercamiento a los pobres hará de Jesús un marginado, un perseguido y un crucificado, sobre el que caerá todo el peso de la ley de los poderosos, identificado hasta la muerte con los pobres y abandonados del mundo, se verá privado de sus derechos, su dignidad y su propia vida. Sólo en la Resurrección encontrará Jesús la respuesta definitiva del Padre que «hace felices a los pobres» (2Co 8,9) «siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza»-.

Nosotros somos sus continuadores.

Jesús nos ha trazado el camino a seguir: «Como el Padre me ha enviado a mi, así os envío yo a vosotros» (Jn20,21)

El mensaje de Jesús sólo puede ser anunciado con verdad, corno una exigencia de la justicia de Dios en nuestra sociedad concreta «La evangelizarían....no sería completa si no tuviera presente las relaciones existentes entre el mensaje del evangelio y la vida personal y social del hombre, entre el mandamiento de amor al prójimo que sufre y se encuentra en necesidad, y las situaciones concretas de injusticia por combatir y de justicia y paz que instaurar» Juan Pablo II en Brasil.

El ideal del reino no es transformar las condiciones políticas, económicas y sociales, en vista de un mero bienestar material, sino PARA crear una sociedad más fraterna, un ser humano más libre, una vida en plenitud. La primera exigencia del Reino de Dios entre los hombres y mujeres es la fraternidad.

El Dios Padre de Jesús de Nazaret sigue siendo el Dios de los pobres. El evangelio debe resonar entre nosotros, como una llamada urgente a una actuación personal y comunitaria a favor de los más pobres y marginados.

Anunciar el Evangelio hoy conlleva las siguientes exigencias:

La suficiencia de bienes materiales para todos: Los creyentes no podemos tolerar la permanencia indefinida de problemas para cuya solución disponemos de medios suficientes.

Una distribución más justa de las riquezas: Todos los cristianos debemos actuar responsablemente y a todos los niveles en la transformación profunda de las estructuras de esta sociedad, impulsando los cambios que sean necesarios.

El compromiso creciente en la gestión social: Sin la participación cada vez mayor de todos en la estructura social, económica y política, de la que dependemos, difícilmente puede hablarse de una economía humana y de una liberación integral de la persona.

La denuncia de la injusticia: comenzando por cada uno de nosotros y por nosotros mismos como comunidad. En nuestras comunidades cristianas, debemos hacer todos un esfuerzo por desenmascarar y hasta criticar una vida cristiana y hasta, en ocasiones, una aparente «pobreza espiritual» que, en realidad, no se pueden dar, sí seguimos aprovechándonos de una situación injusta, y si no reaccionamos, en la medida de nuestras posibilidades, a favor de los pobres.

Es necesario un cambio de nuestras «estructuras mentales» si queremos ir construyendo con realismo una nueva sociedad. El cambio de una mentalidad individualista a otra de mayor sentido social. No podemos dormir tranquilos sin trabajar por promover una mayor solidaridad social.

«Toda actuación apostólica debe tener su origen y su fuerza en el amor; no obstante, hay algunas obras que, por su propia naturaleza, son aptas para convertirse en una vivida expresión de ese amor, y que Cristo nuestro Señor escogió como signo de su misión mesiánica (Mt 11,4-5)

El mandamiento supremo de la ley es amar a Dios de todo corazón y al prójimo como a sí mismo (Mt 22,37-40). Cristo hizo suyo este mandamiento del amor al prójimo y lo enriqueció con un nuevo sentido al hacerse una sola cosa con los hermanos en cuanto objeto de amor, pues dijo: Cuantas veces hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis (Mt 25,40). El mismo, asumiendo la naturaleza, humana, unió consigo a todo el género humano mediante cierta solidaridad sobrenatural, hasta constituir como una familia, e hizo del amor el signo distintivo de sus discípulos, pronunciando estas palabras: En esto conocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis mutuamente (Jn. 13,35)

Así como la santa Iglesia, en sus comienzos, uniendo el ágape a la cena eucarística, se manifestaba toda ella unida en torno a Cristo por el vínculo del amor, así, en todo tiempo, se hace reconocer por este signo del amor y, sin dejar de alegrarse por las iniciativas de los demás, reivindica las obras de la caridad como un deber y un derecho suyos, de los que no puede prescindir, Por eso la misericordia para con los necesitados y los enfermos, así como las llamadas obras de caridad y de ayuda mutua, destinadas a aliviar todas las necesidades humanas, son consideradas por la Iglesia con singular honor (Juan XXIII, ene. Mater et Magistra 53)

Estas actividades y estas obras son, en la época actual, más urgentes y universales, porque, al ser más rápidos los medios de comunicación, se ka acortado, en cierto modo la distancia entre los hombres y todos los habitantes del mundo se han convertido como en miembros de una sola familia. La acción caritativa puede y debe abarcar hoy a todos los hombres y a todas sus necesidades. En cualquier lugar en que se encuentren los hombres que carecen de alimento, de vestido de vivienda, de medicinas, de trabajo, de educación, de medios necesarios para llevar una vida verdaderamente humana, o que son afligidos por la desgracia o por la falta de salud, por el destierro o por la cárcel, allí debe buscarlos y encontrarlos el amor cristiano, consolarlos con cariño diligente y ayudarlos con la prestación de auxilios. Esta obligación se impone, ante todo, a los hombres y a los pueblos que viven en la prosperidad. (Juan XXIII. Ene. Mater et Magistra 440-441)

Para que este servicio del amor esté por encima de toda excepción y se manifieste como tal, es necesario ver en el prójimo la imagen de Dios, según la cual fue creado, y a Cristo Señor, a quien se ofrece realmente cuanto se da a los necesitados; respetar con la máxima delicadeza la libertad y la dignidad de la persona que recibe la ayuda; no manchar la pureza de intención con la búsqueda de alguna utilidad propia o con el deseo de dominar; satisfacer ante todo las exigencias de la justicia, de modo que no se ofrezca como ayuda de caridad lo que ya se debe a título de justicia; suprimir las causas, y no sólo los efectos, de los males, y organizar la ayuda de modo que quienes la reciben se liberen paulatinamente de la dependencia externa y lleguen a ser autosuficientes...."

Compartirla situación dé los pobres

No es suficiente una actitud de solidaridad y apoyo moral a los pobres y necesitados, desde una «prudente distancia». El cristiano y la Iglesia tienen su lugar más natural junto a ellos. Se trata de saber situarse junto a los más pobres entre los pobres. Sin esta cercanía personal al hombre o a la mujer necesitados, queda comprometida incluso la eficacia del cambio estructural, pues las estructuras y las leyes no pueden ofrecer al pobre y al desvalido la comprensión, la acogida y la compañía que, con frecuencia necesita.

Debemos conocer de cerca de los pobres que viven en nuestra sociedad. Conocer mejor y más de cerca su mundo de problemas y necesidades, no desde una dialéctica ideológica, sino desde el contacto personal; sólo así, podremos identificarnos con ellos, con sus problemas, sus aspiraciones, ambiciones, esperanzas y justas luchas en situaciones y conflictos concretos. Arriesgando nuestra seguridad y comodidad por la defensa de sus derechos. Llegando a sufrir con ellos y por ellos.

Hemos de hacer un esfuerzo para descubrir el camino que debemos recorrer como Iglesia-comunidad; para tomar conciencia de que el compromiso de servicio a los pobres no puede ejercerse por simple delegación en algunas personas y menos en organizaciones por muy eficientes que sean. Toda la comunidad cristiana debe valorar, respaldar y acompañar a los que se acercan y sirven a los más pobres y desvalidos, muchas veces de manera callada y oscura, sin contar con el aprecio de casi nadie.

Los pobres en la comunidad cristiana

Para un creyente estar junto a los pobres no es sólo compartir sus aspiraciones y buscar a las situaciones injustas, sino también anunciarles la buena noticia de Jesucristo que tienen derecho a escuchar como nosotros. Hemos de reconocerles e identificarles como alguien que es nuestro hermano, antes que como objeto de ayuda y atención social. Si aprendemos a acogerles podremos escuchar de una manera nueva el evangelio de Jesús. Nuestras comunidades, nuestra Iglesia, será evangelizada por los pobres.

La acogida evangelizadora a los pobres en nuestras comunidades cristianas implica: promover la liberación de todo lo que les aliena o deshumaniza y ayudarles a que sean más protagonistas de su propia liberación, superando el individualismo, la insolidaridad, la desesperanza. Anunciar el evangelio a los pobres no es bendecir toda su conducta; también ellos han de escuchar la llamada a la conversión cristiana para entrar liberados en el Reino.

Un pobre no debería sentirse extraño en la Iglesia de Jesús.

Debería percibir que tiene un lugar. Para ello no basta con 1 acogida personal a cada uno. El ambiente, el lenguaje, los encuentros y los grupos cristianos no deberían ser inaccesibles a la gente sencilla, pobres de cultura o formación. En nuestros grupos o comunidades deberían poder participar, con sencillez, tantos hombres y mujeres que apenas pueden participar en la dinámica de la sociedad.

Hemos de preguntarnos qué pasos debemos dar y qué cambios debemos realizar en nuestras comunidades y parroquias para que estas gentes sencillas puedan recuperar su rostro, su palabra v su dignidad cristiana entre nosotros.

La pobreza evangélica

La acogida sincera de Reino de Dios exige una actitud de «pobreza evangélica». No se trata de una invitación que Jesús resera a un grupo de selectos, sino de una exigencia esencial para todo su discípulo. Esta actitud evangélica no hay que confundirla sin más con la situación de necesidad tampoco nace de un menosprecio por las cosas materiales, sino de una valoración profunda de la creación entera como don de Dios que debe ser disfrutado por todos.

Quien tiene este corazón de pobre vive en una acritud de confianza en Dios, propia de quien lo espera todo del Padre. De ahí, su estilo de vida sencillo y austero, sabiendo que nuestro Padre del cielo conoce nuestras necesidades y que, por lo tanto, nosotros debemos «buscar primero el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se nos dará por añadidura»(Mt 6,33)

La pobreza evangélica no consiste en un mero desapego interior de las riquezas que se siguen poseyendo/ sino en el desprendimiento real necesario para compartirlas con los necesitados. El que tiene «espíritu de pobre» sabe compartir lo que tiene, para liberar a los necesitados de una pobreza alienante y deshumanizadora. El que vive una verdadera «pobreza espiritual» no puede seguir disfrutando despreocupadamente de sus cosas, junto a hermanos     pobres y abandonados.

Bibliografía

"Los pobres una interpelación a la Iglesia" Carta pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, San Sebastián y Vitoria, 1981

La caridad en la vida de la Iglesia Comisión episcopal de Pastoral social. EDICE Madrid 1993

Novomillennio ineunte Juan Pablo II; Ed. San Pablo

Creer hoy en el Dios de Jesucristo Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, San Sebastián y Vitoria, 1986

En busca del verdadero rostro del hombre Carta Pastoral de los Obispos de Pamplona y Tudela, San Sebastián y Vitoria, 1987

VICARIOS DE CRISTO: LOS POBRESAnalogía  de  textos  de  la  teología  y  espiritualidad cristianas. José Ignacio González Faus. Centre d'Estudis Cristianisme i Justicia.

COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA. Pontificio Consejo «Justicia y Paz». B.A.C.

CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II B.A.C

Nuevo Comentario Bíblico SAN JERÓNIMO Verbo Divino, 1990

Comentario de Casa de la Biblia Madrid.

LOS POBRES DE YAHVE A. Gélin.

RERUM NOVARUM León XIII