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Més a prop Nº 24
TARRÉS, 8 de mayo de 2004.
Evangelio: Juan 14,7-14.
Queridos
hermanos y hermanas:
Esta
capilla, acogedora y bonita, es un lugar adecuado, porque aunque seamos
muchos y estemos algo estrechos, vivimos así, de manera muy humana, el
calor de la Comunidad. Es que la Palabra de Dios, queridos, es siempre
calor. Cuando la escuchamos nuestro corazón se entusiasma como quedó
entusiasmado el de los discípulos
de Emaús, que eran seguidores de Jesús, o mejor dicho, a quienes Jesús
acompañaba. Al final lo descubrieron cuando oscurecía, como vosotros,
que lo habéis seguido todo el día o quizás una parte del día, hasta
que ha oscurecido y habéis caminado no reconociéndolo siempre. Nos
cuesta reconocer al Señor
aunque Él siempre anda a nuestro lado. Al principio la compañía de la
Palabra de Dios es como la compañía de un desconocido; pero al final
resulta clara, hasta el punto que reconocemos a Jesús cuando parte el pan
y nos instruye y explica las Escrituras. De hecho, en el tiempo de Pascua
el Señor explica las Escrituras una y otra vez, y parece que no se quiera
ir al Padre. Los apóstoles testimonian que Jesús está allí, que
conversa con ellos, los instruye y les habla del Reino. Durante los
cuarenta días que preceden a la ascensión parece que Jesús resucitado
no acaba de decidirse a irse y, por otra parte, parece que los discípulos
saborean cada momento, cada instante de aquella presencia porque la ven y
la viven como una cosa realmente decisiva para sus
vidas.
Santi
decía que éramos muchos, y el número es siempre un signo de la gran
caridad que el Señor ha derramado en nuestros corazones. De hecho el
Concilio Vaticano II fue una bendición y dió muchos frutos. Pues bien,
uno de estos frutos es esta Comunitat de Jesús, porque fue
en el año 1968, poco tiempo después del Concilio, que Pere
Vilaplana la inició con unas pocas personas. Toda comunidad es un camino
de “disciplinaje”, y vuestra Comunidad, la Comunitat de Jesús, es ,en
último término, un intento de plasmar un “disciplinaje” concreto. Sí,
todos nosotros somos discípulos. Nuestra identidad es la de ser discípulos.
Nosotros no somos maestros sino discípulos, porque no sabemos muchas
cosas y el único maestro es el Señor. El único maestro es Jesús, su
Palabra, el Evangelio. En este mundo dónde a menudo hay quien quiere
hacer de maestro sin serlo, la palabra de Jesús resulta determinante para
todos, independientemente de nuestra condición, situación, vivencias,
historia, pasado, futuro, ideales, deseos, opciones, opiniones... Me
parece que esto queda muy bien reflejado en los textos que hay en el opúsculo
(1) que tenemos en las manos. Pere Vilaplana explica como todo aquello que
nosotros podamos vivir como fuego interior de sentimientos y pensamientos
tiene poca importancia puesto que, en el fondo del fondo, aquello que
tiene importancia es la Palabra del Señor que nos es comunicada y que
nosotros descubrimos con un gozo muy grande. La Palabra la descubrimos,
pero, en familia. No se trata de un descubrimiento individual; no somos
ermitaños. Por otra parte, el ermitaño es un hombre o una mujer en
comunión con toda la Iglesia, y, por lo tanto, tampoco
descubre individualmente el
Evangelio del Señor. La escucha de la Palabra se hace siempre en
comunidad, y por lo tanto, la Palabra del Señor, el Santo Evangelio, no
puede ser escuchado al margen de todo aquello que configura la vida de
familia. Aquí hay muchas personas que tienen familia según la sangre,
que tienen hijos y nietos. Todos somos hijos de alguien y generalmente
tenemos hermanos según la sangre. Pero la Comunidad es una familia de
fuertes ligaduras según el
Espíritu, y regada por los frutos del Espíritu que son, entre otros, la
amabilidad, el afecto, el
cuidado del otro. Sin la simpatía, sin la paciencia, no hay comunidad.
Tomemos la escena del Evangelio en la cual la madre y los hermanos de Jesús
se acercan al Señor. Jesús es informado: «Tu madre y tus hermanos están
aquí fuera, que te quieren ver». Y Jesús replica: «¿Quien es mi madre
y quienes son mis hermanos?». De hecho, la madre y los hermanos de Jesús
son quienes le escuchan, es decir, quienes escuchan la palabra de Dios y
la cumplen (Mt. 12,47-48; Lc. 8,21). Esta respuesta es el fundamento de
nuestra condición de discípulos. Somos madres y hermanos los unos de los
otros. De padre, pero, sólo tenemos uno: el Padre del cielo. El texto
evangélico no dice, en efecto, que seamos padres los unos de los otros. Más
bien insiste: «Todos vosotros sois germanos» (Mt. 23,8). ¿Qué no haría
una madre por sus hijos?. ¿Qué no se espera de un hermano en relación a
su hermano?. Una comunidad es el lugar dónde se pueden ejercer la
maternidad y la fraternidad. Ciertamente necesitamos el apoyo, el calor,
la compañía y el afecto concreto de quienes tenemos al lado. Esto lo
expresamos también con la palabra «comunión». Este término es
utilizado por Lc. en el capítulo 2 de los Hechos de los Apóstoles, dónde
se habla de la comunión fraterna. Se dice que todo el mundo estaba muy
impresionado que en la primera comunidad de Jerusalén, se viviera en la
unión sincera de corazones. Esta circunstancia debía ser una cosa insólita
porqué, de lo contrario, no se hubieran maravillado tanto... Seguramente
resulta frecuente caer en la confrontación. La vida fraterna, que es un
don del Señor, resulta también una lucha y una conquista. A menudo el
espíritu de discordia se infiltra en nuestro interior, en nuestro
alrededor sin quererlo. Por el contrario el espíritu de concordia se
tiene que querer, se tiene que desear, se tiene que construir. El amor nos
es dado, pero la fraternidad la vamos construyendo. El amor de Dios ha
estado derramado en nuestros corazones pero la fraternidad como tal la
vamos construyendo día tras día.
Los
textos de Pere explicitan tres disposiciones espirituales necesarias para
construir la fraternidad y la comunidad. En primer lugar, en el comentario
que Pere hace de Colosenses
3, subraya estas palabras del apóstol: «Tened los mismos sentimientos».
La palabra “sentimientos” puede parecer algo floja, porque todos
tenemos sentimientos que no sirven de mucho o sentimientos que resultan efímeros
e incluso volátiles. Pero el apóstol dice en la Carta a los Filipenses:
«Tened los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo». Y aquí, en
Colosenses, vuelve: «Tened los mismos sentimientos». También en este
caso hay una insistencia en los sentimientos de Cristo, del Señor, puesto
que nuestra vida depende de Él, y, por lo tanto, nuestra fuente, la
fuente de nuestro amor es el Evangelio. Nosotros, pues, no dependemos de
sentimientos efímeros sino de los sentimientos de Jesús puestos en
nuestro interior. La fraternidad tiene sus raíces en los sentimientos de
Cristo. En segundo lugar, Pere emplea esta expresión: «con la Palabra en
la mano». Es sorprendente porqué parecería que, si en la mano llevamos
algo ya no podríamos actuar ni hacer nada. Pero diciendo «con la Palabra
en a la mano» está diciendo «la Palabra al alcance». Es decir, no hay
cristianismo sin plegaria, y no hay plegaria sin Evangelio. El tiempo en
este mundo va muy rápido, incluso apresurado, pero no debemos caer en el
activismo. Necesitamos la Palabra del Señor, de lo contrario, la
velocidad se nos lleva, la desazón se nos lleva. No podemos dejar que el
sol se ponga sin haber ido cada día a buscar
agua a la fuente de la vida que es la Palabra de Dios. En tercer
lugar hay otra expresión que me ha sorprendido de lo que Pere escribe:
“ el arma de la Eucaristía”. Habla de la Eucaristía como de una
arma. Parece algo guerrero... Pero resulta que Pablo, el apóstol, cuando
habla de ser cristianos, describe la armadura de un soldado romano y
especifica: «Poneos el cinturón de la verdad, revestíos con la coraza
de la justicia, estad bien calzados y a punto para anunciar el evangelio
de la paz. Poneos por encima el escudo de la fe, capaz de apagar todos los
dardos encendidos del Maligno. Tomad el casco de la salvación, y la
espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Efesios 6,14-17). Ahora
bien, la lucha no es cosa exclusiva de los militares. La lucha es
connatural y habitual en los discípulos del Señor. El discípulo lucha,
no como el apóstol Pedro que quiso vencer con la espada, y a quien Jesús
dijo que basta ya (ved Lucas 22,38). La lucha es necesaria y por esto unos
momentos antes Jesús había dicho a los discípulos: «Quien no tenga
espada que se venda el manto y se compre una».¿Qué espada tenemos que
comprarnos?. La espada de la paz, del amor y del bien. La Eucaristía es
una arma porque nosotros, en la lucha dentro de nuestro corazón,
necesitamos una arma poderosa: necesitamos la fuerza de la plegaria y
necesitamos el don de la
Eucaristía. Querría concluir con un último comentario de Pere que nos
podría ayudar. El apóstol en la primera carta a los Corintios capítulo
13, afirma que el amor todo lo ata y perfecciona. Y Pere escribió: “El
Evangelio todo lo soporta, todo lo ata, todo lo perfecciona.» La vida
comunitaria arraigada en el Evangelio puede ser impresionante si realmente
este Evangelio ata, une y pone juntas las personas. Lo que vale no es
tanto la opinión como la convicción, no tanto la idea propia como los
sentimientos de Cristo, no tanto el proyecto que resulta de la propia
inventiva como la escucha de la Palabra, que es la que lleva lejos de
verdad. Comuniquemos el Evangelio, seamos personas que vivan en comunidad
con un Evangelio que llegue al
otro. Aquellos que llevamos el Evangelio en el corazón y en la mano
sabemos qué nos empuja a vivir y a actuar. No queremos quedarnos para
nosotros este tesoro, sino
que queremos comunicarlo a todos y a todas. La comunidad tiene que crecer
y hacerse grande. Esta Eucaristía es un momento de reposo en el Señor
pero a la vez es un momento de compromiso para que la Palabra de vida que
recibimos aquí vivifique muchos otros hombres y mujeres que la esperan.
Mientras tanto, nutrámonos de este alimento de vida eterna. Nosotros que
hemos estado llamados a vivir en una gran felicidad
que viene de la Eucaristía, que viene del amor del Señor y que se
manifiesta en su Cuerpo y en su Sangre.
(1) Referencia al opúsculo editado para esta celebración dónde se encuentran los cantos para la Misa y algunos textos de reflexiones de Pere en Joan Blancas el 25 de septiembre de 1971 (Lc. 21,34-36), y de retiros en las Reparadores del 5-6 de abril del 1975 (Colosenses 3,12-17) y del 3-4 de mayo del mismo año (Hechos 1,12-14).