Visita a la cárcel de Río Seco, en Perú

Una esperanza compartida

(María, desde Italia)

María  nos cuenta su visita a los presos políticos en la cárcel de Río Seco, en Perú, transmitiendo una gama de sentimientos que van desde el rechazo a la injusticia hasta la esperanza compartida con quienes –a pesar de estar privados de su libertad– se sienten par te de la humanidad que lucha por un mundo mejor.


Durante mi viaje a Perú, visité una cárcel donde se encontraban tanto presos políticos como otros que cumplían condenas por haber cometido delitos comunes. Es la cárcel de Río Seco, un poco alejada de Piura, en una tierra árida, casi desértica, pero que quizás si se regase, sería una tierra fértil. De hecho, el problema de los campesinos es la falta de agua, problema que se podría resolver con un gran proyecto de regadío que llevase el agua allí donde falta, porque en los alrededores la hay, sólo que, como ocurre normalmente, no en el lugar donde es necesaria.

La cárcel no tiene nada que ver con las cárceles europeas. Casitas bajas de una planta, sin guardias en los techos, parece que de allí se pudiera escapar con facilidad. Al entrar encontré unos guardias a los que entregué mi pasaporte. Rápidamente me pusieron en el brazo un sello con un número, después un segundo, un tercero, un cuarto. En total, cuatro sellos y dos números. En aquel instante me vino a la mente el brazo de los judíos sobre el que los nazis imprimían un número que les acompañaba hasta la muerte. De manera instintiva, estuve a punto de retirar el brazo y protestar señalando que era una persona y no un documento donde se pueden poner sellos. Todo fue demasiado rápido y no tuve tiempo de reaccionar.

Continué hacia el pasillo que conducía a donde se encontraban los presos. Las habitaciones, por llamarlas de alguna manera, estaban a ambos lados de una calle sin asfaltar. En el lado izquierdo de esta calle, delante de las “habitaciones”, había un espacio enrejado donde los presos podían tomar un poco de aire. Y allí estaban hablando, tratando de “matar el tiempo”. Me parecieron muchos y bastante jóvenes. Para mí, profesora jubilada, ver jóvenes en una especie de jaula sin tener nada que hacer, fue como un puñetazo en el estómago. Habría querido acercarme, hablarles, hacer que me contaran su historia, aquella que solamente ellos conocen, su verdadera historia, quizás llena de violencia y malas experiencias. No sabía si estaba permitido hablar con ellos y, además, ¿cómo podría hacerlo con mi pésimo español? Me limité a saludarles y noté que me contestaron con respeto. Después llegué al lugar donde estaban los prisioneros políticos. Éstos podían salir a tomar el aire a un patio descubierto donde hacía mucho calor. Según pasaban las horas, el calor era cada vez mayor. Piura está muy cerca del Ecuador. Para hacernos la visita más acogedora, habían extendido una manta de lana en lo alto, de modo que no nos diera el sol directamente.

Gente con dignidad, con proyectos para su futuro y el de la sociedad

Hablar con ellos, o mejor dicho, escucharles, fue muy fácil. Hablaban de restricciones a las que les sometían, de las injusticias sufridas y de las promesas no cumplidas por parte de los gobiernos. Cuestiones como justicia, injusticia, legalidad, reconciliación, temas para mí conocidos, que me hicieron entrar rápidamente en sintonía con ellos. Algunos se abrieron al diálogo con facilidad, otros, después de haberme saludado, permanecieron en silencio, pero yo sé que el silencio es más elocuente que muchas palabras. Permanecimos con ellos dos horas y media, durante las cuales nos ofrecieron una bebida muy sabrosa y unos plátanos especiales. Era gente con dignidad, que sabe pensar incluso estando en la cárcel, consciente de sus propios derechos, con proyectos para su futuro y el de la sociedad.

Me regalaron un librillo de un movimiento popular para la recuperación, la defensa y el desarrollo de los derechos humanos, donde muchos de ellos escribieron una dedicatoria de unas líneas. No puedo transcribirlas a todas, pero os aseguro que las palabras que se repiten son “esperanza en un mundo mejor”, “justicia”, “amor”. La última dice: “Espero que se pueda llegar a un mundo mejor donde el Hombre sea el actor principal de la transformación de la Tierra en un verdadero Paraíso”. Me marché con muchos pensamientos dentro de mi cabeza. Es inútil que os diga que no pegué ojo en toda la noche. Jamás habría pensado encontrar en la cárcel de Río Seco personas con proyectos para un futuro, capaces de hablar de amor y de humanidad, personas que nos piden que las tengamos presentes como parte de aquella humanidad que lucha por un mundo mejor.

Os describo esta experiencia como señal de esperanza, sobre todo cuando creemos que somos pocos los que tenemos esperanza en un futuro mejor para la humanidad. Recordemos que todavía existen personas que siguen arriesgando la propia vida por construirlo.