Inicio > Hermano Carlos > Su carisma > Carta a Carlos de Foucauld

Inicio > Familia espiritual > Hermanos de Jesús > Carta a Carlos de Foucauld

Inicio > Documentos > Vida y carisma del Hno. Carlos > Carta a Carlos Foucauld

Carta a Carlos de Foucauld

 

Marc Hayet, Prior de los Hermanos de Jesús - 22.12.2005

(Artículo para el boletín del Servicio Diocesano de Vocaciones DAX)

    Amado Carlos, hermano mío,

Me hubiera gustado verte la cara el 13 de noviembre, cuando desenrollaban tu retrato gigante en San Pedro de Roma. Me pregunto si te ha gustado mucho. Por tanto, quisiera explicarte por qué era importante para nosotros hacer esta fiesta y por qué tu vida nos emociona.

A decir verdad, empezaste mal, tu vida. Huérfano muy joven, exilado de la guerra, son heridas afectivas que marcan y que hubiesen podido destrozarte. De hecho casi te pierdes. “A los 17 años, yo estaba como loco”, escribiste. Tenías dinero y lo aprovechaste, pero eso no te llenaba; por el contrario, sentías “un vacío doloroso, una tristeza, un asco, un aburrimiento infinito”, esas son tus palabras. Lo que yo encuentro maravilloso, es que esta parte herida de ti mismo, esta sed de ser amado y de amar, se va a convertir en el resorte de tu vida. No es por nada que “hermano” es una de tus palabras preferidas, una palabra de relación y de apertura al otro. Nunca lo has sabido, pero cuando tu “acompañante”, el abate Huvelin, te presentó al padre abad de un monasterio adonde te envió a hacer un retiro, él le escribió: “Este hombre hace de la religión un amor”. Eso me da esperanza frente a situaciones dolorosas.

Fuiste muy fiel a tu familia y a tus amigos, afectuoso y cercano. Ellos han conservado tus cartas ¡miles de ellas! Pero hay una cosa que me emociona mucho: Jesús era para ti un amigo real, tan vivo y cercano como los otros. Por supuesto, fuiste monje durante años y luego ermitaño. Pero seguidamente, en el Sahara, cuando escribes que: “desde las 4.30 de la mañana a las 8.30 de la tarde, [tú] no paras de hablar y de ver a gente: esclavos, pobres, enfermos, soldados, viajeros, curiosos” ¿cómo hacías para mantener el corazón despierto a Jesús vivo? Nos has dado tu secreto: “Volvamos al Evangelio, decías, “Hay que tratar de impregnaros del espíritu de Jesús leyendo y releyendo, meditando y volviendo a meditar continuamente sus palabras y sus ejemplos que ellos hagan como la gota de agua que cae y vuelve a caer sobre una piedra siempre en el mismo lugar...” Por muy ocupadas que estén nuestras vidas, hay un espacio para la amistad con Jesús. Y frecuentar a Jesús, esto no nos pone en una pequeña nube, esto puede terminar por hacernos tan humanos como tú lo has sido, humanos a la manera de Jesús.

Esta es una de las cosas que nos has enseñado. Ser “humanos”, es a veces la única manera de romper barreras y de hablar de Dios. Al final de tu vida, has ido solo en medio de un pueblo desconocido, y la única cosa que has hecho, es acercarte de ellos respetando y valorando su cultura, dejándote acoger por ellos y creer que Dios trabaja, incluso si hacen falta “siglos” como decías. Cuando moriste Moussa, el jefe tuareg, escribió a tu hermana estas simples palabras: “Carlos el marabú no ha muerto solo para ustedes, él ha muerto también para todos nosotros. ¡Que Dios le dé la misericordia, y que nos encontremos con él en el paraíso!” Hoy día, sabes, se habla mucho de comunicación, pero cada cual se encierra en su pequeño círculo porque la diferencia nos da miedo. Tú, al contrario, tu pasión era ir hacia aquél que está más lejos y lo has vivido hasta el final. ¡Qué aliento nos das!

En el fondo, sé qué cara tenías el 13 de noviembre: ¡una cara de bienaventurado! La que tienes en la foto que te adjunto. Está un poco borrosa, pero se ve bien tu sonrisa y caminas hacia el otro, yendo hacia el encuentro. ¡Ese eres tú! Y eso es lo que nos gusta de ti.

Permíteme que termine mi carta como tú terminabas las tuyas a tu amigo Gabriel: “Te abrazo de todo corazón, tal como te amo.”

 

Marc, tu hermanito.