de Herbert: Viena (Austria)

A causa de su posición geográfica, Austria se encontraba durante los años de la guerra fría entre los dos ‘bloques’ enfrentados. Su neutralidad era conocida. Debido a esto Viena ha sido un lugar de contactos y una  verdadera encrucijada de pueblos y de ideas… y lo es aún más hoy en este mundo globalizado. La fraternidad de Viena existe desde hace treinta años. Herbert vive allí desde entonces. Últimamente acaba de jubilarse.

 

¡Queridos hermanos!

La fraternidad de Viena existe desde hace 30 años. En los primeros años hubo bastante movimiento de jóvenes alrededor nuestro, pero desde hace algún tiempo la cosa se ha tranquilizado...

Siempre me asombro cuando oigo la observación de que un Hermanito de Jesús no hace nada. Una vida de trabajo continuo de 30 años no puede decirse que no sea nada, ¿verdad?.

 

Los altos hornos donde trabajé 6 años...

 

Yo la veo como una vida contemplativa forjada durante 10 años en la fábrica, de ellos 6 en los hornos de acero, y moldeada durante veinte años en el cuidado de las personas mayores. No es poco el levantarse cada día e ir al trabajo, me guste o no. No es poco obedecer diariamente a un ‘jefe’ o a una jefa de enfermería, el depender de un patrón respecto a las vacaciones o tener miedo de perder el trabajo a causa de una enfermedad demasiado larga. No es poco el aguantar la suciedad, el ruido, el frío o el calor de la fábrica… ¡Y no hablemos del desempleo! Es un fracaso que hay que encajar. En nuestros países, eso minimiza el valor de la persona y la pone al margen de la sociedad, si esta situación perdura. Después del cierre de “nuestra” fábrica, me encontré frente a un mendigo que poco antes había sido compañero mío de trabajo. Y si pienso en el trabajo en la residencia de personas mayores al que ya he hecho alusión... Muchos de vosotros ya conocéis esta situación desde “el interior”. Y os dais cuenta tal vez de la dosis de humor y paciencia que hay que tener…

Está la señora con 95 años, que busca constantemente a su mamá, otra que espera a que sus hijos vuelvan del colegio y el señor en silla de ruedas que debe tomar el tranvía para ir al entrenamiento de fútbol. En cada momento puedo ser el marido, el tío, el auxiliar de sala, el maestro, el médico… Es cierto, todo esto es nuestro Nazaret. Pero Nazaret tiene también un rostro alegre, las confidencias de un amigo, la solidaridad con los compañeros, las fiestas con las personas mayores, verlas bailar o cantar, los bellos rostros de mis compañeras búlgaras, bosnias, polacas, chinas, nigerianas, filipinas, indias, o de mis compañeros tunecinos, turcos, albaneses y austriacos…

Durante estos 20 años en la residencia, los cuidados a las personas mayores se han personalizado cada vez más. Ya no se construyen grandes casas para 300 personas como la nuestra. En los últimos años la norma era crear en la medida de lo posible un ambiente familiar. La actitud frente a las necesidades religiosas también ha cambiado claramente. Cada persona puede rodearse de signos religiosos y puede participar en ceremonias religiosas. En otros tiempos un oficio religioso en el interior de la residencia  ni siquiera era permitido. Frente a la muerte también se ha cambiado de actitud. Muchas veces he podido observar con qué delicadeza tratan a los moribundos mis colegas.

Sí, a veces, en el último año, estuve al límite de mis fuerzas. La espalda que, en ciertos días se pone trabajosa o la señora que una mañana me dijo de improviso que yo era un sinvergüenza, eso fue duro. En esos momentos ayuda tener colegas que ayudan, aunque sólo sea con una sonrisa o una buena palabra.

Hemos festejado la despedida con los colegas. Me han cantado una canción con 20 estrofas compuestas por ellos mismos. Cada estrofa estaba firmada por alguno de ellos. Me emocionó profundamente. Un amigo a quien se las di a leer me decía: “¡Ves, todo eso valía la pena!” Con los hermanos también, en presencia de Wolfgang, inauguramos y festejamos también esta nueva etapa.

“Nazaret” puede ser una etiqueta, si no está lleno de amor y alegría, si no está vivificado por la amistad con Aquél que, había elegido, de buen grado, vivir en este marco de Nazaret. Su amor por su Padre y por los hombres se escondió en una existencia humana que cargó con la suerte de los pequeños y de los pobres para ganar su pan cotidiano.

En otros tiempos yo marchaba a la “batalla”, con el capítulo “Salvadores con Jesús” bajo el brazo sacado de “En el corazón de las masas” y esto me daba la seguridad de mi misteriosa fecundidad apostólica. En principio, hoy aún, estoy convencido que es por esta vía como Dios quiere que el designio de salvación se cumpla en el tiempo, que haya hombres a través de los cuales Él reparte su amor salvador. Solamente, que para mí, la perspectiva ha dado un poco la vuelta, pues observo cuánta bondad, respeto y don de sí hay en las personas que me rodean. Ellas lo hacen sin ponerse ninguna etiqueta de Nazaret, simplemente lo hacen. Algunas son cristianas, otras se dicen no creyentes, otras son musulmanas. Dios puede dar a cada uno el hacer actos de verdadera caridad incluso   sin tener que manifestarse como seguidores de ninguna religión.

Tampoco soy tonto, hay otros que siembran la discordia y el odio. Lo que yo digo de este pequeño mundo en el plano local, también se puede decir de la aldea global. Si el mal aumenta, el bien también. Y he aquí una palabra de la Escritura que alimenta la Esperanza, cuando “aquél que está sentado en el trono dice: He aquí que hago todas las cosas nuevas”. Efectivamente es solamente ÉL quien puede aportar lo nuevo. El hombre puede cambiar las cosas ya existentes, para mejorarlas o empeorarlas, pero las cosas nuevas solamente pueden venir de Dios.

Con este pensamiento entro en una etapa de mi vida que será la última y que no sé a dónde me conducirá.

 

“No hay que querer estar por encima de las cosas,

hay que estar en su interior.

No es necesario querer saber por qué vivimos,

hay que querer vivir sencillamente.

Vive mientras puedas

y así estará bien”

Charles-Ferdinand RAMUZ (1878-1947) Suiza