de Marc: Lille (Francia)

Después de doce años al servicio de la Fraternidad general, Marc acaba de regresar a Lille en donde había vivido ya antes. Vive con un grupo de cuatro hermanos jóvenes que están estudiando teología. En el mes de noviembre pasado, Marc encontró un trabajo. Nos cuenta sus primeras impresiones y sus primeros encuentros. ¿Quién dice que Dios se calla? Invisible aunque siempre presente nos va enviando mensaje tras mensaje.

No he saltado al cuello del director para abrazarle – sin duda un resto de prejuicio ideológico… - pero cuando me dio mi contrato y la ropa de trabajo me hizo realmente feliz. Ha sido un verdadero regalo, tanto más cuanto que no me preguntó nada. No le interesaba ni lo que hacía antes, ni cómo había perdido mi último puesto de trabajo; simplemente el hecho de que yo estuviera libre ahora y que ya había trabajado en la limpieza. Así pues me han contratado en una empresa de limpieza que me envía a barrer un gran supermercado. Una ventaja añadida es que está a menos de diez minutos andando desde de la casa… El número de horas aumentó progresivamente y ahora hago un poco más de media jornada, a lo que se añaden algunas sustituciones cuando falta algún compañero. Empezamos a trabajar temprano por la mañana, antes de que lleguen los primeros clientes, seis días por semana y también hago algunas horas por la tarde, antes del cierre, una vez por semana. Formamos un equipo de tres hombres para mantenimiento, pero durante la mañana y a la misma hora, hay también en la tienda un batallón de empleados que rellenan las estanterías. El ambiente es simpático, me sentí acogido rápidamente y ahora ya formo parte del paisaje. Admiro la paciencia de mi jefe, su preocupación por enseñarme las astucias del oficio o las formas de trabajar que evitan forzar la espalda; debe sufrir por mi lentitud y mi perfeccionismo en un trabajo en el que hay que trabajar deprisa. Estoy contento de volver a encontrar las pequeñas cosas sencillas que hacen la vida agradable: recordar un nombre, charlar o contar un chiste, saludar a uno nuevo que llega...

 

El mercado de Wazemeer

 

Los contactos con los clientes son muy reducidos, encuentros microscópicos: pero los encuentro llenos de sentido, como pequeños mensajes en mi “buzón de recepción”. Algunos ejemplos:

- Un día que yo recogía papeles y todo lo que había por el suelo en el parking de la tienda; una señora se acerca y me dice: “Ánimo señor, mi hijo hace el mismo trabajo que usted. Tenéis mucha voluntad; hace falta voluntad para hacer eso todos los días”.

Madre, tal vez tú habías soñado un trabajo mejor para tu hijo, pero tu corazón de madre sabe guardar todo tu amor; gracias por extender ese cariño a todos sus “colegas”.

- Al verme levantar la enorme tapadera de un cubo de basura, un niño pequeño viene corriendo hacia mí: “¡Uauh! ¿Cómo lo has hecho?”

Bien, pequeño: tu mirada de niño sabe ver algo maravilloso en un trabajo que es muy ordinario.

- “¿Está usted rezando, señor?” me dice una señora al verme de rodillas limpiando el bajo de una estantería.

Señora, ¿es un recordatorio, o bien una invitación?

- Cerca de la entrada de la tienda, a menudo merodea gente que vive en la calle; algunos duermen allí  haga buen o mal tiempo. Uno de ellos es muy conocido; todo el mundo le llama Jesús (parece que con su bella y triste mirada, sus ojos claros y su barba, se le parece…). Nos hemos conocido ahora, lo llamo por su nombre y siempre hablamos  algo cuando paso cerca de él. Una tarde cuando me marchaba, me llamó: “¡Eh, gracias, le agradezco su respeto!”. Palabra de Jesús…

Algunos amigos me han dicho: ¿De qué sirve estar ahí? “¿Con tu experiencia no podrías hacer cosas más útiles?”. Y yo mismo, al retomar el trabajo y la “vida ordinaria” después de tantos años de servicio, tengo mucha necesidad de volver a encontrar el sentido. Tengo deseos de responder, en primer lugar, que estoy aquí porque me gusta este lugar en el que me siento bien. Y además dos frases me sirven de luz en estos últimos tiempos, las he atrapado al vuelo en homilías:

- En Caná, el amo de la casa no sabía de dónde venía el buen vino, “mientras que los criados sí lo sabían, puesto que ellos habían traído el agua” (Jn 2, 9): encontrarme al otro lado del milagro, allá donde Dios tiene necesidad de mi colaboración y de mi admiración.

- “Jamás el Señor desoye la súplica del huérfano ni de la viuda cuando ella presenta su queja. Las lágrimas de la viuda ¿no corren por sus mejillas?” (Eclo 35, 14-15) ¿La mejilla de quién? El texto no permite decirlo: ¿la de la viuda o la del Señor? O la de aquél que está cerca tanto de la viuda como del Señor para compartir su preocupación…

Dos “postales” para terminar:

Recientemente han aparecido carteles en los muros de nuestro barrio – rápidamente recubiertos por publicidad. “¡En primer lugar lo humano!” estaba escrito en grandes letras amarillas sobre fondo rojo. Confieso que me alegré de verlos en diferentes esquinas de las calles. Sé bien que es el eslogan de la campaña electoral de un partido político, pero tengo que reconocer que eso me habla más que los recordatorios litúrgicos del supermercado: “Mañana es la Epifanía: ¡se ofrece una segunda tarta gratis por una comprada!”. “En primer lugar lo humano” ¿por qué asustarse de la frase? Nadie es más humano que Dios después de la venida de un cierto Jesús de Nazaret; y nadie nos habla mejor de Dios que el hombre desde que una cierta pareja humana llamados Adán y Eva fueron creados a su imagen…

Desde hace unos días, cuando salgo para el trabajo un poco antes de las 6, escucho un mirlo que canta, invisible y presente. La vida está llena de regalos…