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de Michael, de la fraternidad de Mylasandra (India)

Tal vez sea la vejez pero paso parte de mi tiempo revisando el pasado. Shanti ha escrito la historia de la fraternidad de Alampundi y me pidió que la completara, añadiendo lo que iba unido con mi experiencia de esos primeros años en Alampundi desde su fundación en 1964. Se me ha metido en la cabeza la idea de escribir una historia corta de la Fraternidad en su conjunto, desde su fundación en 1933. Como no tengo documentos, me fui al último libro de René Voillaume en francés (C. de Foucauld y sus primeros discípulos) e intenté seguir la historia de los primeros hermanos que salieron de El Abiodh (Argelia) para ir al mundo. Uso las palabras de René, simplificándolas y traduciéndolas al inglés. Puede que sea útil algún día para los hermanos procedentes de Asia.

También puede ser una buena idea echar una mirada a los últimos años en Bangalore. Nuestra fraternidad de Mylasandra es grande y puede acoger fácilmente a 6 ó 7 hermanos. Tenemos un huerto donde hay árboles frutales plantados. ¿Podremos algún día vivir gracias a este trabajo en el campo? No lo sé todavía porque los árboles deben crecer primero y necesitaríamos a un hermano que conozca este tipo de trabajo. Como ya se ha explicado, todos nosotros, los hermanos de la región, hemos aceptado este proyecto de una fraternidad más grande para acoger a los jóvenes interesados en nuestra vida y para que se convierta en una especie de ‘casa de familia’ para nuestra región, donde podamos reunirnos fácilmente y donde los hermanos mayores, como yo, puedan venir a vivir. Más aún, este proyecto se adecua bien con la tradición de la sociedad en la India donde cada persona sigue manteniendo sus raíces en el pueblo de sus antepasados, lo que les da una identidad propia, y a donde les gusta regresar para encontrarse en ciertas ocasiones.

La Iglesia en este país ha estado siempre muy ligada a las tradiciones y nuestra forma de vida no es muy comprendida. Es necesario iniciar poco a poco a los nuevos que lleguen. La fraternidad de Bangalore ofrece una vida regular y es el primer paso seguido de otro en una fraternidad más insertada. Estamos tratando de comprender y aceptar esta Iglesia india llena de vida y que al mismo tiempo tiene algunos aspectos tradicionales bastante sorprendentes.

La vida social en la India da mucha importancia al hecho de que cada uno pertenezca a una comunidad. Sin una comunidad un ser humano no tiene identidad: este aspecto ha influenciado a la Iglesia y a cada cristiano. Nuestra fraternidad de Bangalore queriendo ser una ‘casa de familia’ para nuestra región, responde a esta necesidad de pertenecer a una comunidad visible. Esta insistencia sobre la comunidad ha cuestionado mi sentimiento espontáneo que no iba en la misma línea. Mi educación y la tradición en la Fraternidad han desarrollado en mí un gran individualismo. Hemos insistido tanto en la inserción individual con la gente que tal vez podamos haber olvidado a veces el valor de una vida en común, que puede ser de una gran ayuda y puede dar otro tipo de testimonio. Me gustaría descubrir un estilo de vida comunitario y fraterno adaptado a nuestra vocación: algo parecido a una comunidad familiar donde todos los miembros no estén necesariamente viviendo bajo el mismo techo, pero donde hubiese un compartir personal muy frecuente... Es un sueño, pero soñar es bueno a veces. Realmente, en la India toda la vida está marcada por esta pertenencia, con sus propias tradiciones y sus signos visibles.

Durante estos dos últimos años, ¿cómo he vivido esto en mi fraternidad?

Me parece que mis puntos de referencia son: mi deseo de confiar en mis hermanos, tomando una pequeña distancia de mi historia personal con sus propias orientaciones, dejarme llevar al aceptar este proyecto común y participar de forma activa. Mi sensibilidad no ayuda a veces, pero ¿no deberíamos luchar por caminar juntos? ¿No es esto la base para esta vida fraterna que estoy buscando?

Antes de empezar a vivir aquí, al comienzo de este siglo, yo estaba dispuesto a echarlo todo por la borda y encontrar para mí mismo un lugar donde poder vivir según mis propios gustos hasta el fin de mi vida. No lo encontré. Y, al mismo tiempo, parece como si Dios empezara a mostrarme otro camino a través de pequeños signos: el descubrimiento de la meditación budista llamada ‘Vipasana’; también se produjo, a un nivel diferente, el encuentro con los hermanos mayores de Asia; y un acompañamiento discreto y atento de mis hermanos que no querían que me marchara.

Durante la reunión de los hermanos de Asia me di cuenta que yo no era el único que tenía dificultad para aceptar a los hermanos de generaciones más jóvenes procedentes de una cultura diferente. No era una sorpresa porque, incluso con buena voluntad, la distancia entre generaciones es un fenómeno universal. Sin embargo, no me sentía a gusto con la forma en que me enfrentaba a esta dificultad, y sentía que tenía que interrogarme ante todo yo mismo.

La oración budista llamada ‘Vipasana’ me ayudó mucho para concienciarme de mi forma de reaccionar. Solamente seguí tres sesiones de ‘Vipasana’ y no practico esta técnica regularmente, pero me quedaron ciertas reacciones que me ayudan a tomar distancia de mí mismo y a hacer un poco el vacío.

Todos estos signos los leí como una invitación a dejar de lado mi historia personal con sus experiencias más o menos felices y descubrir un nivel más profundo con una necesidad urgente de limpiar de obstáculos este camino hacia la amistad con Jesús que yo estaba buscando. Tuve que empezar de nuevo.

Hoy en día soy el abuelo de una fraternidad de jóvenes. A menudo me siento retado ya que ellos van demasiado rápido para mí, y aunque me gustaría seguirles, rápidamente experimento mis limitaciones y me siento invitado a aceptarme tal como soy.

Puedo estar ahí siempre, ayudando a uno u otro que necesita aprender inglés, haciendo pequeños trabajos en la fraternidad, trabajando un poco en el huerto, aunque de forma limitada porque mi espalda protesta. Pero se trata sobretodo de que esté justo ahí, sentado en el banco de atrás, con un cierto sentimiento de inutilidad, confiando en los demás.

Este tiempo del envejecimiento me parece importante para aprender a aceptar: aceptar las limitaciones físicas y mentales (la memoria que se va perdiendo), aceptar no poder controlarme a mí mismo como antes en mis pequeñas manías, aceptar no ser el que toma las decisiones y dejárselas a los otros... etc. Cada vez que doy un paso en ese sentido experimento una especie de liberación. Pero es un tiempo de aprendizaje: esto es difícil y tiene sus altos y bajos. Pero en conjunto pienso que está bien, incluso si sigo protestando y gruñendo: algunos de mis hermanos me dicen: "¿Nunca vas a cambiar un poquito?"

Dos luces bien conocidas iluminan mi camino: intentar discernir la voluntad de Dios para el hoy sin preocuparme del mañana y la presencia y ofrenda eucarística.