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de Marc Hayet

Tras haber pasado 27 años en Londres, la Fraternidad General se acaba de trasladar a Bruselas. Marc nos envía una última postal de esta ciudad que nos ha acogido.

 

Plaza de Trafalgar (Londres), primavera del 2006

Los turistas que visitan Londres en estos primeros días de la primavera tienen que sentirse muy decepcionados: uno de los lugares simbólicos de la ciudad, la Plaza de Trafalgar, está desfigurada. Los andamios rodean la imponente columna en el centro de la plaza y esconden también la estatua de Nelson (el almirante con un brazo cortado… que derrotó a los franceses). Apenas si se vislumbra la parte alta de su sombrero, sobre el cual las palomas vienen por turnos a descansar y desahogarse. Están haciendo una gran limpieza a este héroe nacional para que esté guapo antes del verano.

¡Al pasar esta mañana por allí, cerré los ojos y vi la Fraternidad!

¡Es cierto que, a veces, también pienso que nosotros necesitaríamos de una buena renovación! Nos venimos abajo bajo capas de contaminación, ¡son tantas las cosas nos han caído en la cabeza! La edad de los hermanos y del grupo; las salidas de hermanos que arrancaron parte de nuestra carne; proyectos abortados y esperanzas no cumplidas; análisis pesimistas de nuestra situación, que aunque son necesarios nos enfrían el corazón; una fragilidad que nos paraliza a cada paso que tratamos de dar; y por encima de todo este sentimiento punzante, el que "la edad de oro" de la Fraternidad está ya lejos y que sólo nos cabe esperar, con dignidad, una muerte ya anunciada.

En estos días, volvía a pensar en estas afirmaciones tan fuertes de la Palabra de Dios: ‘Pero a todos los que la recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios: a los que creen en Él. Con ella se nos han otorgado las promesas más grandes y valiosas para que por ellas participéis en la naturaleza divina. ¡No hemos recibido un espíritu de esclavos para vivir en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos! Por su poder, que actúa en nosotros, él puede realizar muchísimo más de lo que pedimos o pensamos. "Mirad la roca de donde os tallaron… mirad a Abrahán vuestro Padre y a Sara que os dio a luz. Estaba solo cuando lo llamé, pero lo bendije y lo multipliqué" (Jn 1,12; 2 P 1,4; Rom 8,15; Ef 3,20; Is 51 1ss). Si todo esto es cierto, entonces el fuego que duerme en nosotros (brasa o volcán) tiene que despertarse.

"Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros y que vuestra alegría sea perfecta". Tenemos que volver a encontrar las fuentes profundas de la alegría para que ella ilumine nuestra vida; volver a aprender a alegrarnos de todo corazón de lo que comienza, sin inquietarnos de que todas las flores no den frutos; alegrarnos por lo que crece en silencio, sin fijarnos en las malas hierbas que crecen al mismo tiempo; alegrarnos por los frutos que se producen incluso si algunos no son tan dulces.

Si yo dirigiera los trabajos de relavado, creo que empezaría por los párpados para limpiar la costra que nos impide abrir los ojos y ver la belleza de la Fraternidad. Hemos heredado de Jesús, a través de Carlos de Foucauld, una mirada sobre el mundo llena de ternura fraterna y de "humanidad"; hay belleza en esta mirada. De igual manera es bello ver que los "pequeños" se sienten felices con nosotros y nosotros con ellos, y que queremos estar con ellos para llevar todo el peso del día y gozar del frescor de la tarde. E incluso "aunque ellos no lo sepan todo", acojamos la palabra de la gente cuando nos dicen que es bello vernos caminar juntos entre hermanos tan diferentes.

También hay belleza en el silencio que habita nuestras vidas para abrirlas a otra Presencia y a otra Mirada. Pero hay también otra belleza, tal vez más misteriosa: se encuentra escondida en nuestra pobreza como grupo.

Dios nos ha tomado en serio, si podemos decirlo así: queríamos ser pobres entre los pobres, y he aquí que se nos ofrece una pobreza que no hemos elegido: estamos con las manos abiertas y vacías esperando de Él nuestro futuro; confiando no en nuestras propias fuerzas, sino en su ayuda, en la amistad de la gente, en la colaboración con otros (en la Familia Carlos de Foucauld y en otros). ¡Así son los pobres! Todos estos elementos: el respeto por toda persona, sobre todo por los más débiles; la ternura por lo humano; la solidaridad; la oración como amistad con el Viviente; el caminar fraterno en la diferencia; la confianza y la pobreza como camino de vida son características de la humanidad nueva que comenzó con la resurrección de Jesús. El mundo lo necesita: ¡no es el momento de bajar los brazos, cuando lo que tenemos que hacer es vivir esto con pasión!

¿Se trata solamente del optimismo desesperado de aquel que, cayendo de una torre se extasía diciendo: "hasta aquí todo va bien"?

Creo de todas formas que Dios también nos hace participar en su mirada maravillada sobre su creación: Él está continuamente creando el mundo – por medio de nuestras manos– y cada tarde, en la brisa ligera, Él se dice que todo es realmente bueno.

En cada rincón de la Plaza de Trafalgar, hay un pedestal de piedra sobre el cual reposa una gran estatua. Un rey a caballo y dos generales de bronce negro están allí permanentemente. Sobre el cuarto pedestal se cambia la estatua con frecuencia: un jurado recompensa el proyecto de un artista que puede de esta manera realizar la obra cuya maqueta había presentado. Este año es una gran escultura en mármol blanco de una mujer embarazada. Está desnuda, sentada en el suelo y no esconde ninguna de las "desgracias" que le han ocurrido: nació sin brazos, con piernas cortas y pies deformados. Sin embargo, no se ven sus desgracias sino sólo su gran vientre redondo, lleno de la vida que va a nacer y su bello rostro tranquilo, su cabeza derecha y orgullosa. ¡Se desprende de esta escultura una impresión de fuerza y una humanidad tan grandes que se adivina que esta mujer ha tenido que gastar mucha fuerza (interior, espiritual y humana) para poder superar sus limitaciones! ¡Ella es sencillamente bella!

 

He cerrado los ojos y he visto la fraternidad

"Me pregunto incluso si Dios no se dispone, a través de nuestra fragilidad, a poner el dedo sobre un aspecto fundamental de nuestra vocación: que un grupo de religiosos aprenda a aceptar su propia fragilidad (…,) su lucha por sobrevivir como un acto de solidaridad, con todos los pobres a los que esta condición miserable les es impuesta por la fuerza"