Inicio > Familia espiritual > Hermanos de Jesús > Boletín > 4 > Marrakech

Inicio > Testimonios > Christian, de Marrakech

de Marrakech (Marruecos)

La fraternidad de Marrakech data de mediados de los años sesenta, con una vocación claramente artesanal, conforme al cuadro sociológico de la medina de la época, que ha ido evolucionando posteriormente. En este contexto fueron llegando sucesivamente: Pierre, que falleció en Egipto hace dos años, Gaby, Paul-François y Daoud, el más mayor, con más de cincuenta años de vida en Marruecos. Christian se unió al grupo en 1984, y al comienzo de este milenio fue Ivan quien llegó con su dinamismo y reforzó esta fraternidad.

- de Christian

El deseo de compartir un trabajo de equipo y de estar en un ambiente pobre y de enfermos me orientó hacia el sector de la salud. El trabajo artesanal sin taller y a domicilio que yo realizaba anteriormente, me dejó finalmente una impresión de aislamiento, entregado a mí mismo. Mi formación anterior era de enfermero, cosa que me resultó muy útil, además de una cierta experiencia en curas, pero en otro contexto social, económico y cultural muy diferente.

La acogida fue entrañable, pero las condiciones eran deplorables: mal equipados, promiscuidad, falta de higiene y de efectivos, personal desmotivado, incompetencia, falta de organización, mafias y corrupción, enfermos desatendidos, sin calmantes, ni cuidados, ni respeto. En este contexto un poco deprimente, el contacto con otros enfermeros o amigos marroquíes me sirvió a veces de gran apoyo para aprender a relativizar y a perseverar. Perseverar por solidaridad con los enfermos, rehenes del sistema, tanto como con los compañeros, víctimas ellos también de estas situaciones poco alentadoras.

Durante todo un periodo, no pude contener mis críticas, que me hicieron a veces, de cara a los ojos de mis compañeros, desagradable o moralizante. Yo creía hacer bien tomando partido por los enfermos, pero a causa de eso mismo, me apartaba y me convertía, sobre todo por ser extranjero, en un elemento censurador y molesto. Resumiendo, al filo de mis torpezas, malentendidos y desánimos, tuve que renovarme y purificar mi impulso ‘reformador’ para darme cuenta, más modestamente, que yo no era tal vez mejor que ellos sino que yo había recibido de mi educación valores diferentes que me daban otra mirada sobre la persona enferma. Tenía que dar testimonio, pero adoptando una actitud más humilde pero también más exigente para empezar a aplicarme a mí mismo con más rigor estos valores de trabajo, respeto, conciencia profesional antes de predicárselos a otros. Una llamada a saber superar las apariencias superficiales y los a priori, para darme cuenta de que no era el más idóneo, como extranjero y como simple enfermero, para cambiar ciertos defectos reales, estigmas de toda una historia a veces dolorosa. Una llamada finalmente, a compartir más, con mis compañeros, mis reflexiones críticas y animarles a que hicieran las suyas.

Esta actitud más exigente y positiva, fue muy importante para la calidad de mis relaciones de trabajo y para seguir progresando juntos y hacerme un poco más uno de ellos. Con esta apertura pude percibir mejor, por encima de mis propias convicciones occidentales de rigor y de racionalidad, sus propios valores de convivencia, de espontaneidad y de confianza. De esta manera también me hacía así, más accesible para transmitir, tal vez sin darme cuenta, mis propios valores, en la medida en que yo seguía viviéndolos. Un compartir muy enriquecedor con mis compañeros más abiertos ha dado a veces prueba de ello. E incluso estructuralmente, las cosas han evolucionado.

En la fraternidad, con unos amigos

Después de varias etapas de reestructuración, de trabajos y mudanzas hemos llegado actualmente a un grado de equipamiento, de dotación y de efectivos muy correctos, aunque queda mucho por hacer en el cambio de mentalidades, respecto al mantenimiento, la organización y la lucha contra la corrupción. Tras repetidas huelgas, algunas de ellas penosas por los conflictos que suscitan entre el mismo personal sanitario y con los enfermos tomados como rehenes, mis compañeros se han beneficiado de substanciales aumentos de sueldo y ventajosas primas. En cuanto a los enfermos, se benefician de mejores instalaciones y de equipos de médicos más numerosos, más cualificados y motivados, siendo también mejor cuidados, a pesar de que los servicios y los cuidados que hay ahora que pagar pueden ser una carga pesada en su economía.

Por mi parte, ahí dentro, en este momento formo parte del decorado, pero sigo siendo considerado como extranjero por mi cultura y mi religión. Aunque sigo sintiéndome algo torpe, a veces molesto y a En la fraternidad, con unos amigos menudo explotado, también me siento profunda y sinceramente respetado y acogido e intento devolverles lo mismo cada día.

El barrio es igualmente un lugar de inserción muy fuerte. Para resumir mis impresiones de quince años de vecindad, no haré mención tanto de los valores que yo haya podido o creído transmitir sino más bien todo lo recibido, muchas veces admirado y maravillado: valores de hospitalidad en particular (en los momentos de fiesta, de proximidad o de servicios mutuos), valores de fidelidad (con familias conocidas desde hace diez, veinte, treinta, cuarenta años o más), valores de sencillez (sobre todo entre los pobres), valores de un compartir amistoso, gratuito y generoso, el valor de la espontaneidad (sobre todo en los niños). Además (y no es el menor) está el valor de la piedad, de una fe sencilla, confiada, dócil y generosa. El marco, ciertamente, no es tan idílico en lo cotidiano y muchas sombras vienen a contradecir este cuadro para hacerlo más humano aún si cabe…

Si el turismo ha desarrollado mucho la dimensión urbanística de nuestra ciudad de Marrakech, ha sido en beneficio de una minoría, dejando a la población de la medina y de los barrios pobres en su dura situación de promiscuidad y de indigencia. Un contraste acentuado, una mutación sociológica que atrae cada vez más a extranjeros residentes. A todo este mundo también lo tenemos presente en nuestra oración y en el compartir fraterno cotidiano, especialmente con ocasión de alguna comida o de encuentros más formales de fraternidad o, más amplios de la ‘familia’ Carlos de Foucauld.

Siento que todavía tendría muchas cosas que añadir. Lo esencial, en todo caso, es tratar de continuar viviendo de manera cada vez más verdadera y realista este mensaje evangélico de solidaridad universal en seguimiento de Jesús de Nazaret, con fe y a través de nuestra debilidad humana.

Ésta es la convicción que yo quisiera compartir con vosotros hoy.