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de   Benito – Santiago (Chile)

La fraternidad existe en Santiago desde 1951, a raíz de una petición de San Alberto Hurtado al P. Voillaume. Desde hace 30 años, está situada en el norte de la ciudad, en el distrito de Renca. Los 3 hermanos que la componen desde el principio trabajaron en la construcción. Hoy en día, los 3 están jubilados y además han acogido a su hermano vagabundo, Enrique (Henry), actualmente muy disminuido. Este diario nos muestra el cambio de ritmo de vida que no impide la acogida y la formación de un nuevo hermano chileno.

Cada día, nuestra fraternidad busca su rostro, lo forja y lo vive novedosamente. Hoy todavía más que hace 30 años, cuando la empezamos en este barrio de Santiago. En aquella época, más que hoy, teníamos todavía un cierto “marco” de referencias objetivas de las cuales el aspecto más ordinario nos venía del trabajo; éste teñía y marcaba con ritmo nuestros días. Pero, la edad avanzando cada día, sin pedir permiso, Elías, Noel y yo, tuvimos que dejarlo poco a poco, no sin sentirlo, para acomodarnos de otra manera. En cuanto a la subsistencia, felizmente, tenemos nuestra pequeña pensión que pudimos asegurarnos a lo largo de los años de trabajo. Eso tiene la ventaja de no cortarnos de nuestro medio social, con el cual guardamos además vínculos de amistad forjados a lo largo de nuestros años “activos”.

Pero, en medio de esta mutación progresiva que nos imponían los años acumulados, teníamos que volver a crear cada día el equilibrio de nuestras vidas, nuestro don a Dios y, a causa de él, nuestro don a los hombres. Es más delicado y hay que inventarlo cada día; el Señor también está vivo y presente, nos hace cada día señas a las cuales hemos de estar atentos. Es así que la señal la más grande que nos dio fue Enrique. A lo largo de sus años de vagabundo, varias veces nos tocó recibirle, con alegría, aquí en Chile, todavía en los años 80; en esta época, una vez cayó enfermo, enfermedad profesional de  vagabundo, ya que se trataba de un dolor en los pies, pero se sanó y volvió a partir. Al inicio de los años 90, se encontraba en Paraguay, creo, una sobrina que se admiró de su tipo de vida y se decidió a acompañarle en la etapa de su “jubilación” que ya se avecinaba. Un conjunto de circunstancias llevaron a que se decidiera Chile para esta nueva etapa de vida. Es así como en el 95, creo, Enrique y Elena integraron nuestra fraternidad. Son más que todo, Elías y Noel quienes asumieron esta acogida; yo, en esa época, andaba todavía en Perú donde, en febrero del 98 tuve una hemorragia cerebral que me dejó con una hemiplejia; después de varios meses de reeducación, vuelvo aquí en febrero 99.

Enrique y Helena tienen entonces su lugar en la fraternidad. Pero Enrique, pronto se ve afectado de la mayor pobreza cada día más, va perdiendo la memoria y vive en su universo propio, bastante cortado del universo de la gente que le rodea; esa situación nos lleva a reajustar nuestras fuerzas, en el sentido más profundo de la palabra: se trata no sólo de reajustar nuestras disponibilidades para acompañar a Enrique, quien no puede vivir sólo en ningún momento, sino de aprender a descifrar los signos que nos da el Señor.

Cualquiera que mira a Enrique, pronto se da cuenta de su necesidad de varios cuidados y atenciones; pero con eso, si nos dejamos hipnotizar por estas necesidades y desarrollamos una actitud asistencialista, corremos el riesgo de dejar de lado lo principal, acentuando su dependencia de otro, sin ayudarle a asumirse, como lo vivimos normalmente. Largo y difícil aprendizaje para tratar de encontrar la mejor manera de ayudar al otro a ser una persona tan responsable como sea posible cuando los recursos personales van declinando. Nuestros propios límites aparecen continuamente. Es este conjunto de cuestionamiento, mezclado a las exigencias constantes de atención a las verdaderas necesidades de Enrique, sin posibilidades de un verdadero diálogo con él, que hacen que su acompañamiento es agotador para quien sea, aún si eso nos centra cada día más sobre la verdadera dignidad de la persona. Además de Helena, son principalmente Noel y Elías quienes asumen esta tarea, central en el caminar de nuestra fraternidad.

Este acompañamiento, como les decía, central en la vida de nuestra Fraternidad, es sin embargo, por sus exigencias, muy agotador para cualquiera y finalmente para todos; así como Helena lo resiente bajo todos sus aspectos. Eso la llevó a buscar una casa de reposo para ancianos donde acaba de alcanzar, en estos días, a hacer entrar Enrique. Tanto ella como Enrique llegaron a convencerse que tal solución podía ser l la más oportuna y segura para ambos.

Por ahora Enrique parece acomodarse bien a su nueva casa, y el personal de esta casa parece no desanimarse por el estado enfermizo de Enrique. Felizmente su irascibilidad se expresa mayormente en francés, lo que tiene ciertas ventajas. Esperemos que eso pueda durar y estabilizarse con el tiempo. Por lo demás, tanto Helena como nosotros, guardamos contacto con Enrique, sea yendo a visitarle en su casa de reposo, sea invitándole en la fraternidad con cierta regularidad para compartir algún almuerzo y un rato con él. Nos queda por inventar las modalidades concretas de esa situación, que sean viables para todos.

Finalmente, nuestra fraternidad, aún viviendo la evolución de sus problemas propios, busca también no perder su razón de estar presente aquí en la población, viviendo con y para la gente que nos rodea, quedando atenta a sus problemas.

Allí encontramos otro signo del Señor. Después de varias visitas para conocernos un poco, es en vísperas de Pentecostés de 2005, que nos tocó acoger en medio de nosotros a Rodolfo Botto, un joven (33) de Quilpué, al lado de Valparaíso, que tenía este deseo, raro, de consagrarse al Señor caminando como pobre entre los pobres, con la ayuda de la Fraternidad, en pos de Jesús de Nazaret. Vivió con nosotros un poco más de 2 años, hasta agosto de 2007, trabajando humildemente, según su propio deseo, en un asilo de ancianos, del Hogar de Cristo, como miembro del servicio de mantención del Hogar. Mas allá de los servicios prácticos que asegurar, tantas salas o espacios que limpiar o ordenar, etc. o a través de estos servicios, pronto estuvo sensibilizado al hecho de que había que mantener un ambiente humano donde cada anciano merece ser respetado y, más aún, sentirse amado y, por eso, profundamente respetado. Después de experimentar a lo largo de estos dos años, como en tal camino podría realizar efectivamente su don al Señor, se fue a hacer un tiempo de noviciado con otros hermanos, en Bolivia, donde está actualmente, muy feliz    

Desde el punto de vista de nuestra inserción en la población de Huamachuco, mi pequeño lugar en el grupo cultural de la población guarda su sentido y su valor, aún si eso queda muy humilde y aún, aparentemente inútil, como cualquier acompañamiento amical y gratuito, no centrado sobre ciertos servicios de “utilidad” manifiesta, rentable y mensurable.

Allí, sentimos con fuerza como el país está triste, padeciendo hondamente de la ausencia de razones de vivir, por el hecho que se eliminó el valor de la persona humana por si misma; la única cosa que tiene importancia y valor es la rentabilidad económica; ésta tiene su importancia, por supuesto, pero al constituirse como la única razón de vivir, aleja de la vida humana la alegría, los sueños y proyectos, vistos y calculados únicamente según su rentabilidad económica; la vida de las personas humanas se vuelve, por lo tanto, aburrida. Una vez más, estamos invitados a mirar la persona humana tal como Dios la mira, capaz de iniciativas, de amor y de aventura, y a testimoniarlo en nuestro cotidiano vivir que no es especialmente marcado por la rentabilidad económica.

En esta hora difícil del país, hemos de guardar la esperanza que un día nuevo se prepara; es al parto de este día nuevo que hemos de trabajar: es un trabajo de viernes santo.  No somos los dueños del resultado; sabemos sólo, con certeza, que vendrá. Que el Espíritu del Señor les llene de una esperanza alegre e inquebrantable.

 

“Idealismo y realismo, os amo, al igual que la piedra y el agua sois parte del mundo, luz y raíz del árbol de la vida”

P. Neruda (1904-1973)