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de Anand – Alampundi (India)

 

Como nos dirá él mismo en el texto que sigue, Anand vive en la India desde hace unos veinte años. Ha vivido siempre en la fraternidad de Alampundi y durante este tiempo se ha ocupado de personas marcadas por el sufrimiento; pero desde hace ya tiempo hay un medio particular que le atrae especialmente: la casta de los “intocables” que hoy en día se llama la comunidad Dalit. Unirse a ellos y compartir su vida era algo imposible para un extranjero. Un poco por eso Anand pidió obtener la nacionalidad india. Después de un largo y complicado proceso administrativo, la ha conseguido.

 

Me gustaría hablaros sobre mi vida en Alampundi. Hace 19 años que vivo en Alampundi. He vivido todos estos años con Shanti y una parte de estos – 13 años – con Visuvasam. Así pues es con ellos con quienes vivo en fraternidad.

Esta fraternidad está marcada por el ritmo propio de la vida del pueblo. Después de 43 años de presencia, conocemos a la mayoría de la gente. Esta fraternidad sigue estando marcada por las opciones del comienzo, es decir los cuidados ligados a los enfermos de lepra. Aunque también están las opciones tomadas por Shanti y Arul, algunos años antes  de mi llegada: crear, junto con la gente del pueblo, un centro de rehabilitación para los discapacitados. Se trataba, al comienzo, de los enfermos de la lepra, pero eso se extendió a toda clase de discapacidad y también a las mujeres de las familias más pobres del pueblo. De esta forma se creó una organización llamada “Ghandi Rural Rehabilitation Center”, con un taller para tejer. Fue gracias a este Centro como yo pude obtener mi visado de residencia, para trabajar en la rehabilitación de los discapacitados y especialmente de los enfermos mentales. Al llegar, empecé, junto con algunos jóvenes del pueblo, un centro para los cuidados de los enfermos de polio ya que había habido una epidemia de polio unos años antes.

Todo era nuevo para mí: el país, la lengua, las costumbres, el trabajo. Cuando llegué no sabía nada de la polio. Mi equipo fue formado por una organización llamada “Handicap International”. Antoine, un joven del pueblo, empezó conmigo y aún está ahí hoy día; fue una gran ayuda. El primer trabajo consistió en visitar las aldeas, unas sesenta… Iba en bicicleta con Antoine, y tomábamos nota de todos los discapacitados. Seguidamente creamos un taller ortopédico, haciendo nuestras propias prótesis y muletas, corrigiendo las contracturas en la medida de lo posible, o enviando los enfermos a hospitales vecinos, cuando hacía falta una corrección quirúrgica. De esta manera empezamos un pensionado para niños con polio, permitiéndoles estudiar sin tener que desplazarse todos los días.

Anand a la izquierda, en la fraternidad

 

Poco a poco, los nuevos casos de polio disminuyeron, nos consagramos a los niños y bebés con lesión cerebral, con una discapacidad mental o con espasmos. Tenemos un centro en el cual las mamás vienen dos veces por semana, con sus hijos. Hacemos ejercicios o enseñamos a las madres lo que tienen que hacer todos los días en la casa. También hay un centro de acogida de día, donde los niños de las aldeas cercanas vienen  cada día. En este momento son 24. Algunos de estos niños ya se han hecho adultos y hemos empezado una fase de rehabilitación por medio del trabajo…

Mi vida ha estado marcada por el contacto cotidiano con los discapacitados. La fraternidad está también marcada por el contacto con personas que sufren. Shanti se queda en casa, pero recibe a muchas personas que vienen a compartir sus problemas de salud y a pedir consejo. Visuvasam trabaja como “educador especializado” en una escuela de la pequeña ciudad vecina. Ayuda en la integración de niños ciegos y sordomudos en la vida normal de la escuela.

Anand en su trabajo

El contacto cotidiano con los niños discapacitados y sus padres me ha aportado mucho. No siempre ha sido fácil, sobre todo enfrentarse a tanto sufrimiento. A menudo, cuando una mamá muy joven me traía su bebé  discapacitado, deforme, raquítico, me rebelaba. ¿Cuántas veces me he encontrado en la capilla debatiéndome como Job delante de esta miseria e injusticia? ¿Por qué? ¿Por qué este niño no murió en el seno de su madre o en el nacimiento? ¿Cómo va a reaccionar el marido? ¿Qué decir a una madre que pregunta si hay curación? “¿Podrá mi hijo hablar, caminar, ir a la escuela?” ¿Qué responder? ¿Cuántas veces me he negado a ir a la capilla?  ¿Cuántas veces he llorado? Muchas de las madres vienen a nuestro Centro desesperadas, agarrándose a una última esperanza después de haber ido de hospital en hospital y haber gastado mucho dinero. Han escuchado decir que nosotros cuidábamos bien a los niños, entonces vienen.  La gente aprecia mucho el que dediquemos mucho tiempo a cada niño, y también se lo dedicamos a  sus padres. Al mismo tiempo es un lugar de encuentro y de apoyo entre los padres. A menudo, el coraje, la sonrisa, la esperanza de un padre o de una madre me han sostenido, me han ayudado a seguir adelante, a perseverar. Los padres que parecen perdidos, desorientados, heridos y humillados me han evangelizado. Cuando un niño llega por primera vez está traumatizado, asustado. A veces hace falta uno o dos meses para ganar su confianza. Pero gracias a mi equipo todo va bien. Después de algún tiempo, la mirada del niño, su sonrisa, su deseo de comunicar y de hacer progresos, transforman mi vida y me dan el coraje para hacer el máximo por él. He tenido la suerte de tener un buen equipo que ha sido muy paciente conmigo, me ha apoyado mucho y se ha ido haciendo muy competente. Lo hermoso de este equipo viene de que todos son gente del mismo pueblo, formados en el lugar y que han permanecido muy cercanos a la gente. El Centro es muy sencillo, nada sofisticado. Las herramientas de trabajo son nuestras manos. Los padres descubren que no hacen falta aparatos complicados; que para hacer el bien, basta con ponerse a la escucha del niño y utilizar las manos.

En el taller de unos vecinos

 

Nuestro “Nazaret” está marcado pues por el encuentro cotidiano con aquellos que sufren: leprosos, ciegos y sordomudos, enfermos del Sida, discapacitados…

Pero nuestro “Nazaret” está también marcado por la vida cotidiana de nuestros 43 años de presencia. La gente sabe que pueden venir a nuestra casa cuando quieran. Tratamos de acogerlos, de dejarse amar y de dejarse enternecer por las dificultades y la dureza de sus vidas. ¿No estamos llamados a convertirnos en otro Cristo, a ser testigos del Reino que se crea en la vida diaria alrededor nuestro y ofrecer todo al Padre, en nuestra oración silenciosa de acción de gracias y de intercesión?

Cuarenta y tres años de presencia: ¿hay que seguir o no? ¿Ser fieles a los compromisos, a la amistad? Este es un interrogante que se nos presenta con fuerza. Este es el interrogante de Shanti que empezó esta fraternidad. En cuanto a mí, tengo un gran deseo de ir a vivir con la comunidad Dalit (= casta de los “intocables”): ellos están entre los más despreciados y oprimidos en la India. Tengo este deseo desde hace mucho tiempo. Pido al Señor que me dé luz.

En el patio de la fraternidad: Xaver, Visu, Anand y Shanti