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de Shanti – Alampundi (India)

Este número de nuestro Boletín contiene sobre todo algunos ecos del Capítulo General que se celebró en octubre último en Bangalore (India). Nos ha parecido bien el completar estos ecos con unos trazos de la vida concreta de la gente humilde de este gran país.

 

Quisiera compartir con vosotros lo que he aprendido de Krishnan, un amigo que conocimos desde el comienzo de la fraternidad de Alampundi.

Krishnan murió ayer… Lo había visto la semana pasada. Estaba preocupado, pero su salud parecía buena. Ha sido el corazón. Tenía 66 años y ayer pude verle por última vez.

Krishnan sufría de lepra desde su infancia y desde muy joven estuvo marcado por ella. En un hospital especializado en lepra cerca de Madrás conoció a Susilla, una joven ‘Tamil’ que también tenía lepra y tenía debido a ello una minusvalía. Krishnan descubrió que Susilla era la mamá de un pequeño de unos meses y había sido abandonada por su marido a causa de su enfermedad. Le pidió que se casara con él. La boda se celebró en una dependencia del hospital, en medio de los enfermos de lepra. Krishnan era un sastre cualificado y podía ganarse la vida, además la hermana de Susilla se había casado en una aldea cercana a Alampundi. Por ello decidieron instalarse en esa aldea en 1972 con el pequeño Ravi que siempre fue ‘la niña de sus ojos’… Los dos venían regularmente a Alampundi dos veces al mes  para el tratamiento de la lepra. Arul (“uno de los hermanos”) era su ‘doctor’ y se convirtió en el amigo de la familia. Tenían un tipo de lepra bastante activo por el hecho de su poca resistencia al microbio. Tras algunos años de tratamiento se eliminaron los bacilos, pero evidentemente no podíamos reparar los destrozos ya hechos. Ambos se habían quedado sin dedos en manos y pies. Los brazos y las piernas se quedaron sin sensibilidad para siempre.

Krishnan venía todos los días con su máquina de coser a la calle principal del pueblo, y se ponía bajo un árbol. Su hijo Ravi iba a la escuela, pero por la mañana y por la tarde se sentaba al pie de la máquina de coser para hacer todo el trabajo de costura a mano (inevitable en este oficio de sastre). Krishnan consiguió ganarse la vida más o menos bien. Ravi terminó sus estudios secundarios y fue admitido en una escuela técnica para especializarse en  mecánica del automóvil y tuvo más tarde un buen puesto de trabajo. Su porvenir estaba pues asegurado.

Krishnan era un hombre sabio y valeroso. Era también un hombre religioso, de una manera muy discreta, no formaba parte del grupo de devotos que van a los templos. Además, con su enfermedad, no hubiera sido autorizado a entrar en algunos de ellos, pero su fe hindú le daba la luz necesaria para aceptar su enfermedad y su destino. No se rebeló jamás y vivía profundamente en paz.

En 1983 Arul y yo, con la ayuda de varias personas, comenzábamos en Alampundi el Centro Rural Gandhi de Rehabilitación (GRRC). Teníamos un taller de tejido y de costura para los enfermos de lepra. El centro pidió a Krishnan que formara parte como sastre- jefe y se convirtió en un excelente instructor. Tenía el don de desarrollar lo mejor en cada uno. Siempre estaba silencioso y nunca le vi encolerizado. Había perdido un ojo y el otro sólo tenía un 25% de visión, pero observaba a cada obrero/a de su taller y si había alguna dificultad entre dos personas, se las arreglaba siempre para descubrir la causa y solucionar los problemas. Nunca hubo dificultades en su taller.

Un día vino a verme y me dijo: “Nos es difícil encontrar una mujer para Ravi., cada vez que encontramos a alguien de nuestra casta nos dice que no porque tenemos lepra. ¿Puedes ayudarnos?” Por eso salí a buscar una mujer para Ravi. En otro hospital encontré a una familia que tenía las mismas dificultades con su hija. Hubo una asamblea según las costumbres tradicionales y se concertó el matrimonio. Fue un matrimonio magnífico. Los jóvenes novios tenían que lavar los pies de los padres como signo de respeto. Los padres de la joven pareja no tenían dedos, pero todo se hizo con mucho respeto.

Krishnan tenía la responsabilidad de crear nuevos modelos para asegurar la venta en su taller. Un día fui con él a Pondichéry para comprar tejidos nuevos. Tomamos el autobús y encontré un asiento, pero Krishnan se quedó de pie. Le pedí que se sentara y lo hizo con cierta reticencia. Su vecino en el autobús, al notar que era leproso, se levantó inmediatamente y se sentó en otro lugar. Estaba furioso conmigo mismo porque conozco bien el rechazo que sufren los enfermos de lepra y debía haberme sentado a su lado. Pero yo estaba tan acostumbrado a vivir con los enfermos que lo había olvidado. Esa fue una nueva humillación de las muchas sufridas por Krishnan. Cuando llegamos a Pondichéry fuimos a un taller de bordados que llevaba una religiosa de Cluny, Sor Thérèse. Después de contarle nuestros proyectos ella nos enseñó su almacén, nos mostró muchas estanterías llenas de bellos tejidos y dejamos a Krishnan solo para que pudiese elegir a gusto. Cuando volví un poco después lo encontré llorando, tocaba los tejidos con sus manos deformadas: “Hacía muchos años que no se me había permitido tocar los tejidos que quería comprar”, me dijo. Le conocía bien ya que hacía mucho tiempo que trabajaba con él, pero nunca había descubierto realmente su sufrimiento: el de un sastre que compra material para su trabajo y al que nunca le dejan tocar la mercancía. Creo que fue en ese momento cuando comprendí un poco lo que significaba ser enfermo de lepra, con todas sus privaciones y humillaciones en los pequeños detalles de la vida. Pero Krishnan nunca se quejaba y mantenía siempre su triste sonrisa.

El momento más grande de la vida de Krishnan llegó más tarde... El Presidente de la India había creado un premio especial para toda persona disminuida que hubiese conseguido rehabilitarse en la sociedad. Nosotros habíamos dado el nombre de Krishnan precisando que él podía recibir esta distinción, no sólo porque había conseguido rehabilitarse a sí mismo, sino también porque ayudaba a otros a hacer lo mismo. Krishnan fue aceptado. Por primera vez en su vida partió para un largo viaje en tren hasta Nueva Delhi: 36 horas en tren para recorrer 2.000 Km. Con otros cuatro elegidos, fue recibido por el Presidente de la India, con toda la pompa de las recepciones oficiales y le fue entregado un diploma firmado por el Presidente. Para él, esos fueron días gloriosos.

A los 60 años Krisnan se jubiló con derecho a una pensión. Era suficiente para asegurarle el resto de sus días. Ravi tenía un buen salario que le permitía vivir independiente.

En el mes de mayo pasado, fui a visitar a mi familia en Bélgica y Susilla me preguntó si yo iba a ver a Arul. Como le dije que lo vería, ella me dijo: “Dile que deseo que me regale algo para mí sola”. Krishnan sonrió con su triste sonrisa porque la alegría de Susilla era también la suya. Durante mi viaje a Europa, Arul y yo estuvimos en muchas farmacias para comprar parches ‘bio-gasa’ muy eficaces para las úlceras de lepra, pero poco utilizados en Europa hoy. Cada farmacia tenía muy pocos y pasamos toda una tarde yendo de farmacia en farmacia para conseguir una cantidad suficiente. Arul añadió una magnífica toalla y un jabón perfumado, ‘especialmente para Susilla’.

La pasada semana Krishnan me llamó a su casa: “Quisiera volver al Ashram en el que ya vivimos antaño y que Susilla se quede aquí. Ayúdame”. Susilla estaba furiosa y respondió: “¿Cómo puedes irte solo? ¿Quién te ayudará? ...”, era una situación tensa. Les dije que yo me iba para un retiro de 10 días en silencio y que a mi regreso hablaría con Ravi para tomar una decisión. Como siempre, él permaneció silencioso con su pequeña sonrisa resignada. Estaba acostumbrado a ser poco considerado por los demás ya que durante toda su vida, casi a diario, tuvo que aceptar los límites de su condición de enfermo, pero siempre estaba tranquilo. Se sometía no a su enfermedad, sino al Dueño de la Vida, aceptando su destino.

Ahora está disfrutando del Reino de la Paz.

Cuando pienso en él, pienso en la Segunda Bienaventuranza: “Bienaventurado los mansos, porque ellos poseerán la tierra”.