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de Michel : Concarneau (Francia)

Concarneau es un puerto de pesca en el oeste de Francia en donde varios hermanos trabajaron como marinos en barcos en alta mar. Entre ellos está Michel, que aunque no es sacerdote durante toda su vida de marino ha sido muy sensible a la Eucaristía, signo de una vida dada en seguimiento de Jesús y es, ese término de Eucaristía el que vuelve a menudo en este texto y el que da unidad a este testimonio.

En 1990, Michel había conocido en Roma una comunidad de hermanas brasileñas. Hace poco que ellas han vuelto a ponerse en contacto con él para pedirle que les cuente en algunas líneas lo que ha hecho y hace aún hoy día crecer el sentido de su vida.

Queridas hermanas:

Me preguntáis: “¿cómo expresar hoy en día el sentido de mi existencia?”

Cuando pronuncié mis votos perpetuos en septiembre de 1960, lo hice “a causa de Jesús y del Evangelio y por mis hermanos los pescadores, especialmente los de Concarneau”. Efectivamente, es en ese pequeño puerto de pesca donde había sido fundada la fraternidad marítima en 1949 y a la que yo debía ir definitivamente; y aún estoy aquí a los 80 años.

He navegado durante casi 30 años como marino profesional asalariado y he seguido pescando como aficionado con un pequeño bote para mantener mis raíces.

Empecé en 1954, en los barcos que iban al Mar del Norte, en viajes de 15 días en el mar y 3 en tierra, tenía pocas “Eucaristías”. Seguidamente trabaje en atuneros en África del Oeste, el embarque duraba 4 meses, por 2 de vacaciones, y las escalas estaban muy ocupadas. Finalmente trabajé en transportes marítimos de la misma empresa, hacía un viaje de cinco meses y veinte días, sin eucaristía…

Ahora en la misma casa prefabricada, de madera, donde estoy solo – mi último hermano marchó a causa de la enfermedad – la situación sigue siendo la misma. Paso tiempo solo en la pequeña capilla de la casa donde Jesús está presente sacramentalmente, incluso si Él no está “como en un lugar” según la fórmula consagrada… al mismo tiempo que acojo a mis amigos, al menos los que me quedan.

Al acercarme al término de mi vida, tengo conciencia, y a veces con angustia, de no tener nada entre las manos: ni descendencia, ni conversión, ni bautismo, y tan poca Eucaristía. Y yo seré el último en Concarneau, sin continuidad. Este es mi “Nazaret”, con toda gratuidad. Así pues ¿qué es lo que me hace vivir?

En los barcos de pesca, cada marinero tenía su litera en un sitio común… Yo tenía la costumbre de colgar allí una pequeña cruz de madera que una hermanita de Jesús me había regalado – era su cruz de postulante, en los años 50 – y en esta pequeña cruz descansaba mi mirada y me hacía recordar el sentido de mi vida. Aquí es adonde yo quería llegar.

Como Jesús que recibió la Vida de su Padre y la dio, con toda libertad, gratuitamente, “Mi vida nadie la toma, soy yo quien la doy” (Juan 10, 18)…

Como el Padre Foucauld que dio su vida por los Tuaregs, privándose de la Eucaristía, por “estar con”… Yo también creo que Dios me ha cautivado. Y, me he dejado cautivar, como dice el profeta Jeremías. Dios ha sido fiel… y no dejo de agradecérselo.

Michel con unos amigos y su barca

¿Qué voy a encontrar cuando llegue la hora? No lo sé. San Juan de la Cruz encontró la respuesta que quisiera hacer mía: lo único que sé, es que un gran Amor me espera. Entonces ¿qué queda?

Juntos, en fraternidad, a menudo hemos hablado y evocado la “vida eucarística”… es decir esta vida de comunión con la vida de Jesús que se ofrece a su Padre por la vida de los hombres, por nuestra vida. Nuestra Esperanza no puede venir más que de Jesús resucitado… No hay otro camino.

Sin embargo Jesús vivió las Bienaventuranzas y para mí la pregunta sigue siendo punzante: ¿he sido fiel a las Bienaventuranzas enseñadas por Jesús? ¿Cuál ha sido mi mirada sobre los demás?”. Privados a menudo de la Eucaristía, tenemos la posibilidad de asociarnos al Misterio de Muerte y Resurrección de Jesús, según la calidad de nuestro amor… Esto es lo que viven muchos cristianos, una vida corriente, sin ‘eucaristía’.

Como respuesta a mis interrogantes, el Padre Voillaume me escribió algo que ahora quiero compartir con vosotros: “La vida eucarística quiere decir esencialmente presencia escondida a los hombres, vida ofrecida en sacrificio a Dios por nuestros hermanos, entrada misteriosa en la oración redentora de Jesús Salvador. Hay que aprender a desear los sacramentos de la Fe,  teniendo la certeza que Jesús nos da las mismas gracias de otra manera, porque tenemos el deseo y que nos hemos puesto en una situación tal por amor a Él”.

En definitiva, es mi mirada sobre Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, lo que me ha sostenido, Aquél a quien el Padre de Foucauld llamaba “su Bienamado Hermano y Señor Jesús”…

Buscarle en la naturaleza, en las noches de vela, bajo un cielo estrellado o en un mar encolerizado…

Buscarle en los hermanos con los que nos codeamos a bordo en cada instante o en sus responsables, tan lejos,… eso depende de mi mirada y de mi grado de amor, eso sigue siendo subjetivo, y por consiguiente relativo… Pero en la Eucaristía, Él está ahí, cualquiera que sea mi sentimiento, según la palabra de Marta a María Magdalena: “El Señor está ahí y te espera” También yo tenía prisa por ir a encontrarle en una capilla cuando hacíamos escala en un puerto, cuando era posible…

Me excuso por la extensión de esta carta. El hecho de escribirla me hace revivir mi vida y es una inmensa acción de gracias. Todos esos rostros encontrados, sobre todo aquellos que se perdieron en el mar, más de veinte con quienes yo había navegado… sin contar con los otros que había conocido. Todo eso sigue muy vivo… Y no es poca cosa… Pues, también quedan las viudas y los huérfanos.

Con toda mi amistad de Hermano de Jesús, marino pescador.

 

“No se extraen siempre

perlas del mar:

llega un día

en el que se le deja

la vida…”

Abu Shakour - Irán (s. X)

 

 

“El mar es tan profundo

en la calma

como en la tempestad”

John Donne (1573-1631) - Gran Bretaña