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de Raudel: La Habana

 

Raudel, un joven hermano de Cuba (La Habana) habla de su vida y de su trabajo, del ambiente de la fraternidad, de los jóvenes con los que se codea, obligados a sobrevivir por falta de dinero, de trabajo…

 

Desde que empecé a trabajar en San Rafael (residencia de ancianos perteneciente a los hermanos de San Juan de Dios), siento que he ido aprendiendo a tener paciencia, a confiar en los demás, a callarme cuando debo callar, a defenderme cuando es necesario, a amar a los ancianos sintiéndome más cerca de ellos. Les he llegado a coger cariño. Es un trabajo de mucha paciencia, dedicación y mucha observación. Son seres humanos lo que tratamos y que muchas veces necesitan afecto, cariño y amor. Su familia más cercana son los asistentes que los atienden, son a los que ven más tiempo. Sus  familias de sangre muchas veces demoran semanas, meses y otros –tal vez- hasta años, tal vez nunca más los vieron.

Observándolos día a día me doy cuenta si  el anciano anda bien o mal de salud, si su comportamiento es distinto y puedo informar al enfermero o médico de su estado de salud. Los únicos días que no puedo estar con ellos es el sábado y el domingo que dedico a estudiar inglés, a estar en la fraternidad, ir a misa y a los encuentros con las hermanitas. Al llegar el lunes lo primero que hago es pasar por la enfermería preguntando si hay algún  anciano en observación, paso a verlos para saludar y ver cómo están y…si ya no está porque falleció: oro por su eterno descanso.

Estos ancianos han dejado sus  huellas en mi corazón, los extraño, los recuerdo y siento cuando falta uno. No es fácil trabajar solo con 26 ancianos a tu cargo, te agotas y necesitas coger respiros para poder seguir. Hay compañeros que, me parece, no dan a los ancianos el trato humano que se merecen y muchas veces tienes que callarte para no caer mal.

Al llegar a la fraternidad, después del trabajo, apenas puedes descansar, ni rezar. No es fácil dedicar tiempo a la fraternidad entre el ruido de la música, de los juegos frente a la casa.

En Indaya (La Habana) casi todo el mundo, para poder sobrevivir a la crisis se dedica a la pequeña venta en la calle, a pequeños “negocios”, al juego. No sé si todos serán capaces de vivir o de sobrevivir. La mayoría no trabaja y el que lo hace a menudo es para comprar ropa a la moda. Otros luchan en vano para ahorrar algo y soportar mejor la crisis económica.

Viviendo el evangelio en medio de la gente te das cuenta de que cada persona tiene algo que aportar a nuestra oración, algo valioso a mi vida. Esto para mí es vivir el evangelio, el mensaje del Hermano Carlos: ser signos del Reino en medio de las masas.

Hay muchas personas que te ayudan a interpelarte, que te alimentan el espíritu y eso es bueno y es de agradecer tener amigos que me ayudan a quitar las espinas.

Está, como no, el grupo de los vividores, de los que viven a cuenta de sus mujeres a las que tratan como esclavas, haciéndolas trabajar para mantenerse en sus vicios y su vagancia. Están también los chulos, los machistas, los aprovechados, los borrachos y…

Me pregunto qué pasara con nuestro pueblo cubano, siempre viviendo en crisis, ahora con esta crisis económica globalizada. ¿Dónde iremos a parar? Quizás a la extinción del cubano, la desaparición de la isla y ¿a quién echaremos, entonces, la culpa de lo que nos toca vivir? ¿Al bloqueo? ¿a la “gran crisis”? ¿a qué? Es verdad que en Cuba hay muchas personas que no producen nada y encima otras que viven robándole a la economía de país. Pero bueno, ahora tenemos que pagar los males engendrados por el propio hombre. No se puede vivir así.

Los hermanos de Cuba