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Testimonios

Una presencia amiga   

Encontrarme con la vida y los escritos del hermano Carlos provocó en mí gran atracción. Es la suya una presencia conductora hacia Jesús, nada en él le hace sombra. A lo largo de los años he tenido la suerte de conocer algunas mujeres que han seguido el camino nuevo y arriesgado que él iniciaba Soy religiosa del Sagrado Corazón, vivo con cuatro hermanas en un pueblo de Gran Canaria, y quiero a las Hermanitas de Jesús como si fuera parte de mi familia. Por eso agradezco la invitación de las Hermanitas de Málaga a compartir mi experiencia.

¿Qué encuentro en sus vidas que me seduce? Su humanidad y el que atraigan con su sola presencia hacia el Señor de lo Imposible. Ese Jesús ofrecido, entregado en su debilidad, que dice “tócame”. Que se hace pequeño, para que el más pequeño pueda recibirlo en sus brazos, sin temor.

Hace años tuve ocasión de pasar unos días en una fraternidad de las Hermanitas en Valverde del Fresno para escribir sobre comunidades que viven el mundo rural. Nos recibieron cariñosamente en su casa, y recuerdo que dormí en la capilla. Me impresionó el espacio tan estrecho en el que viven y, sin embargo, el lugar principal que tiene la capilla. El cuidado, la belleza a través de materiales sencillos, y la Presencia que se siente allí. Mas tarde tuve la oportunidad de conocer y rezar en Tre Fontane. Aunque la mayor relación se dio en Chile. Durante seis meses estuve en una comunidad nuestra al norte, en Cpiapó, donde también hay una comunidad de Hermanitas y tuve ocasión de compartir mucho con ellas. Con Hnta.Mari, chilena, Hnta. Donata, italiana, Hnta. Odile, francesa y Hnta. Geno, también de Francia; ¡pero todas ya muy chilenas!.

Me sentía feliz con ellas, como si las conociera de siempre. Cuando alguien venía me llamaba la atención la enorme delicadeza con que trataban a las personas y cómo las querían. Con Hnta. Donata viví la aventura de irnos en auto-stop unos 300 kms a convivir unos días con otra gente amiga. Una vez a la semana pasábamos una mañana juntas, nos reuníamos en su pequeña casa en torno a un texto del Evangelio que, entre todas, tratábamos de saborear e interpretar y compartimos muchas comidas. Me sobrecogía la dureza de sus trabajos y las escasas condiciones de la casita donde vivían, como la de la gente pobre de allí. Pero cuando compartían su comida, me parecía una fiesta, la confianza y la alegría embellecían la estancia.

Recuerdo una temporada que se fueron a Santiago, a la capital, y me dejaron la llave de la casa para que fuera a rezar cuando quisiera. Sentí que eso es lo que ellas tienen para ofrecernos a los demás, nos dan a Jesús. Ahora hace ya dos años de esto. En muchos momentos me viene el recuerdo de su presencia buena que calma mis ansias y me hace añorar una vida de mayor sencillez y contemplación; de bajar, en las pequeñas cosas de cada día, al Lugar de Nazaret, allí donde todo se vive en unión con el Bien-Amado.

Fue también en Chile donde descubrí a Hnta. Magdeleine (me dio mucho gusto ver su relación con mi congregación), y su tremendo amor por los más alejados. Me tocó lo que escribe a sus hermanitas: “Sueño con un amor como nunca  vi explicado en ningún libro... Sueño con que se pueda brindar mucha ternura a todos... Hay un cansancio de la gran “caridad”y hay necesidad de amistad y de ternura”. De ella me quedó grabado: “Jesús me tocó de la mano y ciegamente le he seguido”. Esta confianza en su mano constante, apretada, y esa locura necesaria para quemar a otros.

Cuando miro la vida de una Hermanita , cuando leo algo acerca de lo que viven, siento un deseo mayor de pegarme a Jesús, y de descubrirlo en los rostros más necesitados. Es como si, en su pobreza y confianza, me lanzaran a El; me ayudaran a desalojar los miedos y me ofrecieran el Tesoro Único por el que han vendido todo.

Aparentemente sus vidas son de una sencillez extrema: trabajan en trabajos comunes, viven pobremente, no anuncian explícitamente ni hacen pastoral, pero cuando te acercas, es como si un fuego prendiera, se fuera cayendo todo lo que nos cubre, y nos ayudan a tocar ese fondo humano compartido con todos los hombres y mujeres de la tierra, donde late el amor y es posible sabernos vinculados.

Recordarlas provoca en mi un efecto de dilatación. Me invitan a confiar en la vida, a no buscar resultados, a ser pacientes, y a amar con enorme ternura, allí donde esté; a poner los ojos en el más pequeño y abatido, pues es el Cuerpo mismo del Señor que en él nos espera.

Me he sentido entre las Hermanitas amiga y hermana. He encontrado descanso en su casa y en sus vidas; y las siento así, pasando silenciosas, en-tierradas, tocando suavemente; llevando en el corazón y en la luz de sus ojos el nombre de Aquel por el que viven. Y en su Nombre, frágiles y entregadas, aman en silencio; unidas a los pobres que las sienten suyas.

He podido ver cómo modela el Evangelio un rostro, y sin palabras, gritándolo con sus vidas, atraen como un imán hacia un Corazón herido de amor y, por eso, abierto, y constantemente ofrecido.

Mariola.López, rscj

 

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