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Testimonios 

 

LA FUERZA DE LA DEBILIDAD ( 2 Cor 12,9 )

La génesis de la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús es inseparable del itinerario personal de la Hta. Magdalena. No sólo de su itinerario geográfico sino también y sobre todo de su aventura espiritual. Sólo cuando nos asomamos a lo más hondo de su experiencia encarnada de Dios podemos comprender que su “ nomadismo” geográfico es el resultado de su “itinerancia espiritual ”, es decir, de una búsqueda incansable de la voluntad concreta de Dios sobre la vida. El modo como se fue gestando esa experiencia en la vida de la Hta. Magdalena fue configurando lentamente su personalidad y se transformó poco a poco en la “ forma de la Fraternidad”, en el “espíritu” que hace posible ese modo de vida.

De manera sencilla quiero compartir en estas páginas dos aspectos de la experiencia espiritual de la Hta. Magdalena que me fueron cautivando a medida que avanzaba en la lectura de su Correspondencia[1] y que ofrecen, creo yo, como la clave de toda su vida y de lo que suscitó como vida, de su “obra”, de esa manera evangélica de ser y de vivir que es la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús. El primer aspecto es el de su “itinerancia espiritual” o sea una experiencia encarnada de Dios como proceso sin fin; el segundo, inseparable del anterior, es su pasión por Jesús de Nazaret.

1.- Dejarse guiar: una experiencia encarnada de Dios

En dos frases contundentes resume la Hta. Magdalena su historia y lo que fue la génesis de la Freternidad: “Dios me cogió por la mano y yo seguí ciegamente....”; y “Jesús, Maestro de lo imposible”. De esa manera condensa su experiencia espiritual más profunda, sin la que sería imposible comprender su itinerario personal, y su obra de fundadora. Seguir ciegamente era dejarse conducir, vivir la experiencia de Dios como un pro-ceso abierto: avanzar (procedere) era aceptar puesta en cuestión, someter a juicio (proceso) cada etapa, manteniéndola abierta a lo imprevisible del Dios siempre mayor. Tal experiencia de Dios es la búsqueda encarnada de su voluntad concreta, particular, discernida e interpretada a través de los acontecimientos de la vida. Experiencia, por lo tanto, provisional, es decir, abierta y consciente de su carácter inacabado.

Esta es una de las características del “espíritu” que animaba a la Hta. Magdalena. Su vida fue la experiencia de una verdadera “itinerancia espiritual”. Y ésa era la raíz sin la cual sería imposible comprender y explicar la otra “itinerancia”, la geográfica, el incesante ir y venir por los caminos del mundo hasta el fin de su vida. Esperó 20 años hasta que una artritis deformadora, que sólo podría ser detenida en un clima absolutamente seco como el desierto, se transformó en la “señal” de la voluntad de Dios. Discerniendo las “señales” se fue dando cuenta que la actividad iniciada en Boghari, cerca de Argel, no correspondía a su vocación de “vida contemplativa en medio del mundo, siguiendo los pasos del Hermano Carlos de Jesús”. Y en búsqueda de la voluntad concreta del Señor sobre su vida – es la “itinerancia espiritual” – emprende una peregrinación a El Goléa. Y a trvés de pequeñas “señales”, que vienen siempre de los otros o de los acontecimientos, se ve colocada delante de una decisión desconcertante: la de convertirse sin querer en “fundadora” (IX,295). Literalmente obligada. Y así se realizó la vocación a la que sentía llamada desde su infancia y que no había podido poner en práctica por motivos de salud y por poderes de familia.

El resto de su vida fue un “dejarse conducir”. Y “seguir ciegamente”. No por miedo de asumir su responsabilidad o por una falsa abdicación a su voluntad, sino por un “exceso d luz” (VI,281) que le hace ver y querer – o sea, amar de verdad – sólo lo que ve que Dios quiere. De esa manera, aparentemente tan natural, no dudará en sacrificar su intención primera – la consagración exclusiva de la Fraternidad a los hermanos del Islam – en aras de “una gran luz interior que se le imponía” y que le hacía ver sin poder dudar que “ la Fraternidad debía extenderse por todo el mundo y hacerse universal”. Con la misma naturalidad con la que, diez años después de fundar la Fraternidad, renunciará a ser Superiora General para servir de otra forma, volviendo a explicitar una y otra vez su intuición y abriendo caminos nuevos para que el “espíritu” dado a la Fraternidad no se quedase encerrado en lo ya conocido.

“Dejarse conducir” de esa manera no fue una experiencia de abandono puramente pasiva. Ni fácil tampoco. Es necesario tener presente lo que representaron esos largos años de espera para caer en la cuenta de lo que significó concretamente esa búsqueda activa, inquieta y dolorosa de la voluntad de Dios (I,15). Experiencia de la “paciencia del tiempo”, tan marcante en su vida. Porque Jesús es también el “Señor del tiempo” y nos puede conducir por caminos extraños.

S “espiritualidad”, condensada en esas dos frases emblemáticas, no tiene nada de debilidad sospechosa. Nada podría hacer presentir en su extrema fragilidad física la futura fundadora de una congregación. El abandono fue, en su existencia, la síntesis vital de la iniciativa absoluta del Señor y de la respuesta incondicional de una mujer consciente de se un puro instrumento en las manos de Dios. Instrumento frágil, para que nadie tuviese duda de Dios (I,67). Pero instrumento indispensable en manos del Señor de lo imposible (Bulletin Vert, p.20, en el vol. IX).

 

2.- La pasión por Jesús de Nazaret

 

¿De dónde nace esta experiencia? De una pasión irreprimible por Jesús de Nazaret que recoge y prolonga la mejor tradición de los grandes apasionados por Jesús – Francisco de Asís, Domingo de Guzmán o Ignacio de Loyola – pero armonizada en la persona del Hermano Carlos de Jesús, que es el pionero de una nueva familia. Las expresiones pueden variar. Se hablará de “pequeñez” alrededor del “pequeño Jesús”, de espiritualidad del “petit Jesús de la crèche”, de espiritualidad de la “infancia” o de tener un “corazón de niño”. Pero la intuición es certera y profundamente evangélica. La defensa apasionada y radical de esta espiritualidad delante de los malentendidos y de las críticas sutiles que pueden desorientar incluso a algunas Hermanitas (III, 138-143; 236-239) se funda en una percepción equilibrada, global y encarnada del Evangelio; como lo había expresado ya tan bellamente en 1945 en el Boletín Verde: se trata del Cristo total, captado por la puerta de entrada de Belén, de la infancia (Bulletin Vert p.36).

Por eso, tal espiritualidad tiene los rasgos característicos del Evangelio: pasión por la encarnación, por lo humano, por la identificación por lo hombres como el fermento en la masa; pasión por la pobreza, y sobre todo por los pobres, los pequeños, los abandonados de cualquier especie; obsesión por el amor, sin límites ni barreras, concreto y universal y, por eso, capaz de armonizar contrarios (obreros y patrones, blancos y negros, etc.). La unidad – otro de los rasgos de la experiencia espiritual de la Hta. Magdalena que ella consideraba como el “ resumen” de la Fraternidad – no tiene nada de ideológico ni puede ser tachada de alineación; es la experiencia de una vida dilacerada, en todas sus dimensiones, entre dos polos: unidad y diversidad, contemplación e inserción, pobreza y amor, fuerza y fragilidad, enraizada en lo concreto y nómada. En el fondo, es la experiencia que brota de la adhesión incondicional a la persona de Jesús, “modelo único” y “pasión única” de su vida.

Y ésa es la razón de un rasgo profundamente característico de las Hermanitas que es también una radical experiencia espiritual: el de nominarse “de Jesús”, el hacer desaparecer lo que puede haber de mundano en el apellido – origen y clase social de la familia – para que se transparente su verdadera y profunda identidad: ser “de Jesús” (II, 158). Y, como El, ser de todos, ser “universales”. Porque el nombre de Jesús pertenece a todas las naciones, a todas las razas, puede ser traducido en todos los idiomas y está al alcance de los pobres.

No sería exagerado afirmar que el modo como se fue gestando esa experiencia en la vida de la Hta. Magdalena se transformaría en la forma de la Fraternidad, y el retrato de lo que tendría que ser una Hermanita era  una proyección de lo que ella misma fue llegando a ser. Por eso, no es de extrañar que la Fraternidad, como “obra” de la Fundadora, tenga los paradigmas en el Bulletin Vert y lo que, con pequeñas variantes, se repetía cada vez que era obligada a resumir o condensar su idea de la Fraternidad.

 

3.- Una clave de lectura: humanas y cristianas

 

Esos dos rasgos, o el talante de esa experiencia de Dios en Jesucristo, iluminan por dentro la “novedad” de la Fraternidad como modo de vida (¡como forma diferente de Vida Religiosa!) y lo que podríamos llamar la “santidad humana” de la Hta. Magdalena, o sea, el aceptar que su personalidad tuviese que ser configurada hasta el fin por el estilo de Jesús.

La “novedad” de la Fraternidad no significa luchar contra la tradición u oponerse a ella. El sueño de la Hta. Magdalena era rescatar lo que había de más duro en la tradición de la Vida Religiosa: el derecho y la alegría de llevar de una manera coherente el evangelio a la vida. Lo “nuevo” era lo más “antiguo”: la vuelta al evangelio sin glosa. De Jesús aprendemos que no hay por qué oponer “lo de Dios” y “ lo de los hombres”. O, con otras palabras, que la vida cristiana y la vida humana son inseparables. Así se entiende lo de “gritar el evangelio con la vida”. Vivir evangélicamente lo humano es anunciar el evangelio.

Esa es la única y fundamental misión de la Fraternidad. Y su mejor “apostolado”. Son enviadas a vivir con los otros, como lo otros y para los otros. Dar vida dando la vida y manteniendo la esperanza, las razones y el sentido de vivir. Llámese esa manera de vivir “vida inmolada”, “fermento en la masa humana” o “ amor universal”, sin que se interpongan fronteras geográficas, sociales, culturales, religiosas o raciales. Esa fue una de las grandes batallas de la Hta. Magdalena y será siempre uno de los mayores desafíos que se plantean a la Fraternidad: “justificar” el sentido y el valor de esa aparente inutilidad e ineficacia, en un mundo como el nuestro que sólo busca la eficacia.

El fundamento de esa “santidad humana” sólo puede ser una percepción radical y consecuente de la encarnación . A partir de Jesús ya no se puede separar lo humano de lo divino. Y mucho menos oponerlos. Aunque no se los pueda confundir. Por eso, Jesús de Nazaret es el “modelo” (I, 194) y el camino de la Fraternidad: “ésa es nuestra vida: ser humanas lo más divinamente posible... y ser religiosas lo más humanamente posible..” (I, 184). “Nazaret” es una manera de ser y todo un estilo de vivir; pero es también un “espiritu”, una manera de  ver. Porque ¿cómo captar esa densidad de lo humano sin tener “ojos” capaces de ir más allá de las apariencias?. Por eso la Fraternidad tiene que ser constitutivamente contemplativa. Sería imposible vivir y permanecer así – como Jesús – entre los hombres, irradiándolo y dando testimonio de El con la vida, sin una auténtica “experiencia mística” que no tiene por qué ser confundida con algo extraordinario, sino que consiste en la experiencia de una relación personal, de amor, de comunión, de intimidad con Jesús que ha de ser vivida y alimentada en medio de la realidad opaca de cada día.

Es lo que caracteriza también la figura humana de la Hta. Magdalena. Su personalidad fue una síntesis feliz de una fragilidad física casi congénita, de un temperamento y voluntad indomables para abrirse caminos y de una profunda experiencia de “ ser conducida por el Señor”. La espina dorsal de su responsabilidad fue sin lugar a dudas su experiencia de Dios. Pero la unificación de su personalidad alrededor de la experiencia de Dios no borró los rasgos más fuertes y aun limitados de su base humana. ¿Cuál era su verdadero “yo”? ¿La mujer práctica y organizadora o la cristiana de experiencias místicas (aunque ella nunca se haya atrevido a hablar así)? ¿La Magdalena de salud extremamente frágil o la fundadora de las decisiones audaces? ¿La francesa de raíces “lorraines” o la mujer tierna y capaz de pedir perdón aun en el lecho de muerte?.

Durante mucho tiempo se debatió la Hta. Magdalena con el dilema de su verdadero “yo”. Pero ella misma ofrece la clave de interpretación de esa aparente contradicción, de esa “doble fachada” que los otros difícilmente podían comprender: en el momento de la muerte de su hermana, ocurrió algo que la transformó profundamente en su más íntimo ser. Y ella lo interpreta como si una “segunda naturaleza” se hubiese yuxtapuesto a la suya, pero sin negarla ni substituirla. Su fragilidad física continuaba pero una vitalidad extraordinaria se apoderó de ella haciendo posible la actividad inexplicable que desarrolló en su vida y que nadie hubiera podido imaginar (I,442).

Por eso es tan difícil separar en su personalidad lo humano de lo divino, o sea, de la acción de Dios en su persona. Su fragilidad física estaba habitada por una fuerza psíquico-espiritual sorprendente que era la marca de Dios. La pasión concreta por la persona de Jesús y por el evangelio fueron configurando poco a poco su personalidad humana con experiencias indelebles que dejaron   profundas marcas en su vida. Lo humano en lo divino y lo divino en lo humano. Así se explica la fascinación que ejercía su persona. Humana como ella quería que fuesen las Hermanitas: sencillas, capaces de sonreír, sin dar la impresión de austeridad ni excesiva perfección (I, 118 y 124). Pero sin esconder sus límites y debilidades – de los que era muy consciente (I, 9) – sino “convirtiéndolos” una y otra vez, sometiéndolos a una conversión purificadora, a ese fuego devorador que brotaba de su pasión por Jesucristo.

El resultado final era una radical libertad interior. Precisamente porque nunca hizo de sí misma el “centro” de todo, ni mendigó a toda costa el afecto y el reconocimiento de las personas. Era una persona des-centrada de sí, lo que es una condición esencial para entablar relaciones auténticas con las personas: relaciones directas, sin doblez ni subterfugios. Aunque a veces – cuando estaba convencida que estaba en juego la obra de Dios – pudiese parecer obstinada, pero sin perder la delicadeza y el respeto que brotaban de su profunda sensibilidad hacia el “otro”.

La grandeza y la belleza del testimonio cristiano no consiste en presupones una base humana perfecta sino en de-mostrar de qué es capaz en nosotros la gracia de Dios cuando nos abrimos sin condiciones. Por eso, en la vida de la Hta. Magdalena y en su “obra” que es la Fraternidad de las Hermanitas de Jesús, se realiza de nuevo la experiencia de Pablo: “cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Cor 12, 10).

CARLOS PALACIO, SJ

                                                                             
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