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UNIDAD, UNIVERSALIDAD, INTERNACIONALIDAD

 

“Todas estamos llamadas a la universalidad y muchas de entre nosotras tenemos la posibilidad de vivir la internacionalidad. Ese llamamiento forma parte de nuestra misión y creemos que hoy es un importante signo para nuestro mundo y para la Iglesia.

Nuestro mundo globalizado está marcado por grandes desplazamientos de personas: refugiados, sin techo, emigrados… Haciendo la experiencia de ser “extranjeras” tocamos, por solidaridad, algo de lo que viven”  (Capítulo)

 

Dolors Francesca, hermanita española que está en el Brasil, habló al Capítulo de su experiencia de vivir en otro Continente:

 

Hace 21 años, con la mochila a la espalda, emprendía el camino hacia Argentina, donde iba hacer el noviciado. Dejaba tierra, familia, casa, hermanitas, amistades. Otras/os desde tiempos antiguos también se sintieron invitadas/os a ir a otra tierra que les fue mostrada. (Gn 12,1)

Partía con confianza, tenía prisa por concretar el sueño y el deseo de compartir la vida cotidiana con otros pueblos, otras personas, otras culturas, otras maneras de vivir y expresar la fe y todo ello como hermanita de Jesús.

Todo mi ser estaba lleno de preguntas, expectativas, pero no se me pasó por la cabeza preocuparme por el hecho de que allí a donde llegara lo haría con la condición de extranjera. El deseo que me iluminaba era amar sin fronteras y existir con otras y otros, siguiendo a Jesús de Nazaret.

El tiempo de noviciado fue rico en ese compartir humanidad, fe, condiciones de vida y trabajo con nuestras/os vecinas/os y con otras hermanitas llegadas de países diferentes. Poco a poco, el sentimiento de ser extranjera se fue apoderando, cada vez más, de  mi persona. Algo muy profundo en mí se estaba moviendo y agitando, sin saber mucho cómo expresarlo, cada vez con las manos más vacías en “tierra desconocida”, dentro de mí y alrededor de mí: camino de FE en AQUÉL que me había invitado.

Ese camino, ese proceso continuó al llegar a Brasil, país donde ahora vivo. La vivencia de ser mujer y extranjera fue profundizándose. Aquí encontraba otro pueblo, otra lengua, otra manera de concebir la vida, la muerte y la fe, otras razas y otras hermanitas. Y yo era aquella mujer que viniendo de otro horizonte quería abrirme, acoger y dejarme acoger, amar y ser amada, entrar en la vida de este Pueblo ¡y eso sin “dejar” de ser yo! En todo lo que iba viviendo fui descubriendo, cada vez más, cómo era yo realmente, con mis límites y mi manantial Fue un camino revelador y humanizador. Muchas veces me encontré agradeciendo a Dios por estar en esta tierra, por todo lo que iba descubriendo y viviendo; otras veces sufría y estaba sin saber, sintiéndome diferente de aquella que había llegado años atrás; a veces extranjera a mí misma, oportunidad para acoger la soledad que esta experiencia comporta cuando es larga y, “atra-Besándola”, encontrar otra luz en el deseo de aprender a amar con más profundidad a las personas que me rodean.

La figura bíblica de Ruth (amigas, compañeras, vecinas y hermanitas), me fue acompañando durante todos estos años, y yo repetía una y otra vez: “tu tierra será mi tierra” Ruth 1, 16

Los detalles concretos de la vida, encuentros y desencuentros, conversaciones, trabajo, vida comunitaria, TODO, casi sin percibirlo, iba enseñándome una manera diferente y entrañable de encarar la vida, de vivir el encuentro cotidiano con Dios, los sufrimientos, las relaciones, en fin, de vivir mi vida religiosa.

Un momento fuerte fue la “crisis de los 40”, en que viví con mucha fuerza la necesidad de “volver” a aquella realidad que me era más cercana, más conocida, más “mía”. Tan extranjera me sentía en aquel momento, que aquí ya no me encontraba “en casa”. Pasé por el fuego y el agua, y todo mi ser fue abriéndose a esa experiencia que atraviesa la humanidad entera: “Todas/os somos extranjeras/os en esta tierra”. (Salmo 119,19)

Pasado un tiempo deseé partir de nuevo, deseé regresar a esta tierra, donde personas y hermanitas me habían acogido con inmenso cariño en los diferentes lugares donde había vivido. Con la distancia me fui dando cuenta de que, durante todos aquellos años, aquí había ido aprendiendo a amar este pueblo y esta tierra, sintiéndome también amada. ¡Después de esto era difícil, para mi, vivir lejos de aquí! Algo muy profundo había sucedido en mi persona. ¡Aun permaneciendo extranjera, este era mi pueblo, esta era mi tierra y las personas de aquí, mis hermanas y hermanos!!

La vida comunitaria es siempre un reto, y vivir el ser extranjera “dentro”, tiene también sus dificultades. A menudo no me sentí comprendida, sentí que esperaban de mí reacciones diferentes a las mías, no me sentí reconocida en los esfuerzos que yo hacía para “entrar”. Con los años me doy cuenta que todo eso forma parte del camino y del entregar la vida fuera de “tus fronteras”, y que supone sufrimiento de las hermanitas que son del país y que acogen, y sufrimiento de quienes llegamos de otro lugar. ¡Aprendizaje nunca terminado de un lado y de otro!!!

Me parece que en la Fraternidad se va haciendo un camino en esta vivencia de la internacionalidad, del estar abiertas a la alteridad y a la diferencia, inclinando el oído para escucharnos y reconocernos, para que cada una pueda ser lo que es, siempre en camino, para llegar a ser con más plenitud, y al mismo tiempo inclinando siempre el oído para escuchar “sin distracción” al pueblo que nos acoge y con el que caminamos.

Nuestro mundo vive y sufre con el inmenso proceso de globalización que ha producido y produce cada vez más, extranjeras/os. Tantas/os que nunca habrían dejado sus tierras y se encuentran de manera forzada desplazadas/os, sin papeles, sin casa… Esto da otras dimensiones a mi vivencia de ser extranjera. Me siento hermana de mis vecinas/os, compañeras/os de vida y también, me siento hermana de tantas/os que se encuentran lejos de su tierra, cultura, etc., sin opción y en condiciones tan difíciles.

Hoy la luz continua siendo la misma: procurar vivir en una actitud de amor y respeto hacia la otra/o, sin barreras ni fronteras. Con mi vida formada y modelada de nuevo, en el seno de esta tierra, palabras como “ser hospedada”, “ser acogida y acoger”, “amar y ser amada”, “recibir y dar”, están preñadas de significados nuevos. ¡Queriendo permanecer “yo misma”, descubro que en ese camino algo de mí murió para poder renacer más a mí misma, en compañía de este Pueblo que por GRACIA también es mi Pueblo!!

Dolors Francesca de Jesús