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TESTIMONIO DE HENRI LE MASNE

             Publicado en el correo internacional de la Fraternidad Sacerdotal 

Al leer la vida de Carlos de Foucauld escrita por René Bazin, sentí de manera muy fuerte, en un momento preciso, que Dios me llamaba al presbiterio, como Carlos de Foucauld, para los pueblos del Islam. No pude ir a Argelia por razones familiares: ingresé el Seminario de Lyon. Cuando estudiaba, la diócesis proyectó asignarme a una nueva misión: asegurar, como sacerdote diocesano una presencia cristiana entre los musulmanes que eran mayoría trabajadores de Argelia venidos a Francia después de la segunda guerra mundial (actualmente hay unos cuatro millones de trabajadores musulmanes de Argelia, Marruecos, Túnez y Turquía; la mayoría de ellos hoy tienen la nacionalidad francesa).

Fui ordenado sacerdote en 1949, nombrado vicario parroquial en Lyon y en 1953, me mandaron para la misión con los inmigrantes musulmanes.

En 1949, conocí a Gabriel Isaac y formé parte del pequeño grupo de sacerdotes que se reunieron junto a él. Gabriel estaba buscando pero tenía la convicción de que algo brotaría en la Iglesia que le permitiría ser auténticamente discípulo de Carlos de Foucauld en el ministerio de sacerdote diocesano. Con él, participé de todos los encuentros que permitieron el nacimiento y el desarrollo de la Unión (era el primer nombre de la fraternidad).

Quisiera recordar las grandes intuiciones que han iluminado mi camino durante todos estos años:

1) "Jesús amado por sí mismo, fuente de la acción apostólica”.

Esta frase de René Voillaume nos lleva a lo esencial: Jesús y su amistad en el corazón de nuestra vida y de nuestro ministerio. El lugar dado a la adoración gratuita, a la oración prolongada y despojada que sólo puede introducirnos en la fe absoluta e invisible de nuestro Hermano Carlos, el lugar dado al desierto donde uno acepta dejar el Espíritu que nos sustituya en nuestra impotencia de rezar, el lugar dado a la oración cotidiana de la Palabra de Dios.

2) Vivir la fraternidad

Primero entre nosotros, para muchos, nuestra fraternidades respondían a una necesidad: tener un lugar donde compartir todo. Las actividades apostólicas, -teníamos otros lugares para hacerlo - pero era necesario encontrar un lugar para compartir nuestra vida de fe, nuestra búsqueda de Dios y nuestra búsqueda de fidelidad al Evangelio.

Para permanecer plenamente diocesanos, nos pareció preferible pedir que no viviéramos bajo el mismo techo, sino buscar llevar entre nosotros una verdadera vida de hermandad, enriquecida por la diversidad de nuestros ministerios. En el centro de esta vida, una amistad confiada y exigente; de ahí la importancia dada a la revisión de vida.

Después entre el resto de sacerdotes: tener fraternidades acogedoras para responder a este deseo de fuerte amistad que exigen algunos sacerdotes aislados o marginados. La vocación de la Unión era estar gratuitamente al servicio de la fraternidad entre todos los sacerdotes.

También con los laicos de nuestras comunidades y con todos los hombres. La Unión se impregnó de sacerdotes que tenían un estilo de vida simple, cercanos a la gente humilde. Nazaret fue esta búsqueda de proximidad, de compartir la vida de la gente, pero también la llamada era para cada uno, cualquiera fuera su ministerio, llevar una vida evangélica dentro de una "Iglesia servidora y pobre".

Me permito dar humildemente mi testimonio de una vida fraternal llevada con trabajadores argelinos y tunecinos y estudiantes árabes, la mayoría musulmanes, por medio de un alojamiento donde compartieron mi vida. El "17" (como lo llamaban, era el número de la calle) fue durante más de treinta años un lugar de convivencia donde mis amigos se acogían los unos a los otros. Compartir lo cotidiano creó lazos muy fuertes entre nosotros "se dice en árabe, compartir el pan y la sal". Pasó allí gente muy diversa, que venían con mucho gusto a raíz de esta acogida maravillosa de mis amigos del Maghreb. Así viví una fraternidad internacional, intercultural, intereligiosa, pero tenía mucha dificultad para dar cuenta de este "vivir común": no se trataba de conversión ni de obra social, entonces, ¿qué era aquello?

Compartir la vida con los hombres que muchas veces están excluidos en nuestra sociedad exige comprometemos: "no ser perros mudos". Comprometerse en la solidaridad con los Argelinos que luchaban por su independencia, en la solidaridad con los inmigrantes que luchaban por sus derechos, en solidaridad con los Palestinos que luchaban por tener un estado en su tierra.

3) El camino de amistad

Carlos de Foucauld tuvo el carisma de la amistad, sus cartas muy diversas dan testimonio de ello. La amistad exige igualdad y reciprocidad. Por medio de esta búsqueda de amistad fue profeta y abrió nuevos caminos para la misión. En Tamanrasset, dependía totalmente de los amigos que le rodeaban y son ellos los que le salvaron en el momento de la escasez de alimentos en 1908. La amistad es la verdadera riqueza de los pobres: es exigente.

4) Vivir la Iglesia y pueblo de Dios

El Vaticano II recordó que la Iglesia no es una pirámide sino un pueblo donde los ministros ordenados no son más que servidores. La Iglesia, pueblo de Dios, es una intuición del Hermano Carlos que quería reunir en la misma asociación a laicos y laicas, religiosos y religiosas, y a sacerdotes.

Era también una intuición de la Unión a sus inicios, acogía a sacerdotes y a laicos y era para los sacerdotes una grande riqueza. Pero los laicos se volvieron minoritarios, tuvieron que formar un grupo aparte. En la Iglesia actual, la pertenencia a una familia espiritual como la Fraternidad, que reúne todos los estados de vida es un signo importante. En fin, creo en el interés para nosotros los sacerdotes, de participar en un equipo de base de la Fraternidad secular no como asesores sino como hermanos.

5) El Hermano Carlos

Numerosos sacerdotes no vinieron directamente a la Unión a causa de Carlos de Foucauld sino simplemente porque fueron atraídos por su espíritu (lectura de "en el Corazón de las Masas", testimonio de los Hermanitos y Hermanitas) o una necesidad de vida fraternal entre sacerdotes, si no, no se puede permanecer mucho tiempo en la Fraternidad sin hacer el esfuerzo de conocer al que, por su vida y su sacrificio, está al origen de este movimiento de retorno al Evangelio.

Me alegro del lugar cada vez mayor que toma en nuestras fraternidades el Hermano Carlos. Estuve muy feliz cuando presencié en la última Asamblea internacional de la fraternidad secular en Río que era la referencia de las fraternidades de todos los países. Es necesario conocer su vida, pero también algunos de sus escritos aunque puedan desanimar por su estilo. Meditarlos nos invita a vivir con la misma pasión que tenía el Hermano Carlos por Jesús y el Evangelio. Su correspondencia es a veces apasionante (cf cartas a Joseph Hours, "Correspondances Sahariennes" "Lettres a l´abbé Huvelin").

Soy un humilde testigo de una historia que los jóvenes tienen que continuar pero la memoria es indispensable para inventar el porvenir como dice la sabiduría africana: “Al final de la cuerda antigua se teje la nueva” (Benin)