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Reflexión:

La Paz de Jesús… en medio de la conflictividad

1.- Jesús de Nazaret fue un judío que creció y vivió en Galilea, una región de Palestina, y, ya adulto, recorrió los caminos que llevaban a Jerusalén, para encontrase con sus personas y sus pueblos. De esta forma pasó por las comarcas de su tierra, Galilea, después por Samaria, y sobre todo por Judea. Todas estas regiones pertenecen hoy a la nación de Israel, formada en su mayoría por Judíos, quienes están haciendo la vida difícil a los palestinos que habitan esas tierras, y continúan impidiendo militarmente el resurgir de un estado o territorio autónomo Palestino. Allí donde hoy no hay paz, (en 1989 no había paz. En 1995, después de las negociaciones para el nacimiento de un territorio autónomo palestino en Gaza, Jericó o Cisjordania, todavía la paz está muy debilitada por el terrorismo de los palestinos y de los judíos, sobretodo, la intransigencia de los colonos judíos, la lentitud y por el gobierno judío a los mas ortodoxos de los suyos), Jesús ofreció su paz, de palabra y de obra. Una de sus bienaventuranzas fue dirigida a los pacíficos, a aquellos que trabajan por la paz. Los proclama bienaventurados “porqué Dios los reconocerá y nombrará hijos suyos” (Mt. 5,9). Dios reconoce como hijos suyos (hecho que significa que son los que más se le parecen) a los hombres que dan la paz que ayudan a que la paz sea una realidad, que respetan los derechos de cada grupo o persona en conflicto, y tratan de superar el conflicto con justicia y con generosidad.

Los cristianos siguieron a Jesucristo, y acabaron formando una alternativa religiosa y de vida diferente a las que existía. Al principio, muchos cristianos fueron victimas de los poderosos políticos y religiosos de aquellos tiempos, judíos y romanos. Siglos después, cuando el cristianismos comenzó a ser poderoso, algunos de sus representantes –todos creían servir a dios y con el propósito de proteger la verdad- acabaron convirtiéndose en perseguidores y verdugos de aquellos que no pensaban y creían como ellos. En la historia ha habido “guerras de religiones”, aunque sus motivos nunca fueron religiosos. Jesús, en cambio, soñaba con otro estilo de vida en que la religión mostrara el amor de un dios reconocido como Padre y que nos ama como hijos, y, por lo tanto, hace que nos queramos como hermanos, y ofrecer nuestro amor a los que caen en la arilla de los caminos, sean de la religión que sean.

Como ejemplo, recordamos que a los samaritanos del tiempo de Jesús construyeron un templo en el monte Garizim (Samaria), rival del templo de Jerusalén (Judea). Jesús le dijo a una mujer samaritana: “Se acerca la hora en que no daréis culto al Padre ni en este monte ni en Jerusalén… Se acerca la hora, mejor dicho, ha llegado la hora en que aquellos que den culto auténtico darán culto al Padre en Espíritu y en verdad” (Jn 4,23). Para Jesús, no tenían mucho sentido las discusiones sobre culto y religión, porque de alguna manera inaugura una relación de intimidad con Dios capaz de vivir con formas religiosas y más allá de estas. Él apostó por un culto auténtico, expresión de lo más digno en el hombre, que no necesita que sea impuesto a otros, sino que nace del espíritu que nos une. La verdad el sinfónica, integra distintos movimientos, acordes y melodías. ¿Mi verdad? ¿Tu verdad? “Ven conmigo a buscarla”, decía A. Machado.

 

2.- La religión hebraica en la que nace Jesús había concentrado en la palabra “paz” (Shalom) lo mejor que se pueda desear humano y divinamente. “Paz” no es solo ausencia de peligro de un ataque extremo contra nuestra tranquilidad. Y, sobre todo, no es el orden impuesto contra las libertades de las personas que callan por miedo. “Paz” era, para los hebreos, el ideal de la felicidad, en la prosperidad individual y colectiva y en armonía social, armonía que es ejemplo en las relaciones con la creación animada e inanimada. Todo esto no es posible sin justicia, sin libertad, sin la generosidad solidaria con los menos favorecidos. Cuando llegó Jesús, Palestina no estaba en paz política (era una tierra ocupada por los romanos), ni en paz social (eran grandes las diferencias entre ricos y pobres).

Cuando la gente vio que Jesús estaba con los sencillos y con los rechazados, con la gente del campo y de la pesca, de entre los cuales elegía a sus amigos incondicionales, con mujeres que le querían y le seguían –hasta con mujeres de mala fama-; que atendía a los enfermos, hasta a aquellos que todos evitaban por leprosos; cuando vieron que comía con los que eran considerados como pecadores públicos (recaudadores de impuestos para los romanos); que acogía a los niños, que entonces como ahora, eran apartados del mundo de los adultos; cuando lo escuchaban por los caminos y por los pueblos y le veían compartiendo el pan y los peces con los que le acompañaban, fueran muchos o pocos…, entonces la gente se quedaba fascinado por la persona de Jesús.

Cuando la gente escuchaba su saludo de “la paz con vosotros”; cuando sentían aquello “bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lc 6,20); cuando baba con ternura el perdón de Dios a aquellos que le pesaban sus culpas y sus pecados, y cuando lo sentían hablar de los pájaros del cielo y de los lirios del campo que Dios no descuida, se sentían invitados a tal confianza del padre, el mismo Dios, y en la vida que el sostiene, que creían que soñaban. Parecía imposible, pero sus caras se volvían vivas y serenas.

Y definitivamente, cuando el pueblo veía su valentía a la hora de enfrentarse con los poderosos que mantenían situaciones injustas, o con los gobernantes judíos colaboracionistas con el poder de ocupación romano; cuando veía como desenmascaraba la hipocresía de aquellos que presumían de cumplir la Ley de Dios y, en cambio, no tenían nada de misericordia…, entonces se despertaban en las personas humildes una gran esperanza, y decían: Este es el profeta definido de Dios, este es Mesías de Dios, el libertador que implantará en la tierra la justicia y el derecho, que traerá un reino de paz duradera.

Josep Vidal Talens