BEATIFICACIÓN DEL HNO. CARLOS

Algunas reflexiones al regreso de Roma

¿Hay que alegrarse por las festividades romanas en honor de Carlos de Foucauld? Esta es la pregunta que muchos se han hecho justamente. Sí, alegrémonos, pues estos días de fiesta y de encuentros han superado todo lo que se podía esperar. Hablo por mí y por el pequeño grupo llegado de Tamanrasset y de Argelia. Pero también es cierto para todas las hermanitas, que han sido recompensadas por su inmenso trabajo de preparación y organización. Esta es la impresión también de todos aquellos que han participado en las celebraciones del sábado y del lunes, en la abadía de los trapenses de Tre Fontane y en la aldea-fraternidad y no se contentaron solo con el domingo en San Pedro.

Saliendo de Tamanrasset, yo me preguntaba qué iba a hacer en Roma y sobre todo qué íbamos a hacer con aquellos que venían conmigo. Al regreso comprendí, ya que las entrevistas de periódicos, de la radio y TV me habían ocupado bastante durante esos días, pero eso no representaba nada en comparación con el impacto inmediato de esos hombres que tenían conciencia de representar a la ciudad de Tamanrasset, incluso sin tener ningún mandato oficial. Cualquiera que fuese la motivación primera de su deseo de participar en esta manifestación, se vieron sobrepasados por el acontecimiento, y no olvidarán lo que han vivido en san Pedro con el Papa y luego en Tre Fontane, en un ambiente de fraternidad y de universalidad, que evidentemente, Carlos de Foucauld no hubiese podido imaginar nunca. 

En san Pedro, después de largas y cansadas esperas al exterior y luego al interior, que, menos mal, hicieron posible encuentros imprevistos, el ceremonial oficial tenía su dimensión habitual, en el suntuoso marco de la basílica que no pudo albergar a tantísima gente (se ha dicho que había tanta gente dentro como afuera). Para nosotros, el momento importante fue la presencia del Papa, al final de la misa. La presencia de los hombres de Tamanrasset en ropa tradicional dio un sentido imprevisible a la celebración. Se les había colocado detrás del altar y era imposible que pasasen desapercibidos, no sólo para los fotógrafos, sino para el mismo Papa que se detuvo a dar la mano a cada uno. Este encuentro no programado dio una dimensión que se habría echado en falta en una ceremonia muy católica, durante la cual no se había hecho mención alguna a los musulmanes. Este gesto espontáneo de Benedicto XVI, difundido por todas las TV, ha sido visto por todos sitios, incluyendo Tamanrasset donde la noticia se expandió el mismo día, y tendrá sin duda más importancia que muchos discursos pontificales, para aquellos que pueden leer los signos de los tiempos. Más importancia que nuestra presencia y la de un representante oficial de Argelia, que pasarían desapercibidas. Un diplomático argelino de la embajada explicó el sentido de esta representación, citando al periodista de La Croix, una frase de un discurso del Presidente de la República diciendo que la religión es luz y que la ignorancia de los hombres la transforma en tinieblas. Para confirmar esto, he aquí que el nuevo embajador de Argelia en el Vaticano presenta sus cartas credenciales el 1º de diciembre, cuando se festeja por primera vez al bienaventurado que el Papa, según su discurso, presenta como una “gran figura de paz y de reconciliación entre las comunidades”.

Hablo sobre todo de los hombres, hay que decir también que ha habido una mujer que ha impresionado al millar de personas presentes, en la primera velada en Tre Fontane, con su testimonio de musulmana sobre Carlos de Foucauld. Rania, que desde hace tres años acoge a los visitantes al “bordj” donde el nuevo bienaventurado terminó su vida, había aceptado dar su testimonio en francés cuando en primer lugar ella lo había redactado en árabe. El guión y la emoción no le impidieron compartir una experiencia personal muy profunda. Fue la primera expresión del diálogo interreligioso, en un contexto muy internacional. Ella no ha sido vista en la televisión, pero en los días siguientes, todos se daban prisa por rodearla para felicitarla y agradecérselo y mostrando el deseo de releer su texto en francés o en árabe.

He hablado del contexto internacional. Con todas las hermanitas llegadas de todos los rincones del mundo, era normal, pero para los argelinos, fue un descubrimiento encontrar un número tan grande de personas procedentes de tantos países, árabes, asiáticos, africanos… y también a todos esos amigos de Carlos de Foucauld, miembros de su familia carnal, cercanos o lejanos (eran 150). Uno podía cruzarse con hombres y mujeres, en hábito religioso o vestidos con ropa de calle, enarbolando la insignia del corazón y la cruz, revelando la existencia de grupos o congregaciones desconocidas, de Liberia y de otros lugares, muchos más que los 18 miembros de la Asociación oficial. Este tiempo de convivencia y de encuentros ha marcado a todos aquellos que pudieron beneficiarse de ello pero es más evidente aún para nuestro pequeño grupo de argelinos que éramos los huéspedes de los trapenses y de las hermanitas. La víspera de nuestra marcha, después de un “couscous” sahariano y un té tuareg, una velada memorable reunía a las hermanas de Tre Fontane y los últimos huéspedes aún presentes. Sor Josefina, una palestina representando a las Clarisas de Nazaret, nos sorprendió y sedujo a todos con su humor y su testimonio muy fraterno.

Han sido necesarias una multitud de circunstancias favorables y de acontecimientos de último minuto para que todo se desarrollase bien, desde los primeros proyectos hasta los imprevistos de los últimos días. Algunos ven la intervención discreta de Aquél que estaba en el centro de estas jornadas. Gracias a todos aquellos y aquellas que han trabajado durante meses en la realización de esta reunión que superó todas nuestras previsiones y nuestras esperanzas. Un mensaje de fraternidad universal fue así proclamado, al igual que por los textos oficiales.

 

Antoine Chatelard

Tamanrasset 1 diciembre 2005