El Bordj de Carlos de Foucauld

En varias ocasiones yo había oído hablar de Carlos de Foucauld, sin que su nombre me impresionara o que mi curiosidad me empujase a preguntarme quién era ese hombre. Incluso recopilé un texto en árabe de otra persona diciendo que él había sido un espía que los tuaregs habían condenado y asesinado. Hasta el día en que me propusieron trabajar en un lugar al que llaman “el Bordj de Carlos de Foucauld

Para que mi presencia fuese eficaz, he tenido que buscar bastante información sobre el lugar, las razones y las circunstancias de su construcción, al igual que de aquél que lo había construido. Leí algunos libros, pero no comprendía mucho. Al mismo tiempo, oí contar su historia varias veces, estando yo presente. Observé sobre todo la llama en los ojos de quien hablaba como si él/ella viese desde el interior lo que los otros no veían y deseaban compartir con placer, sin aburrimiento ni cansancio, contando siempre lo mismo.

Así pues, tuve deseos de conocer quién era ese Carlos, no solamente por progresar en mi trabajo, sino también para descubrir el secreto de este hombre con quien paso la mayor parte de mi tiempo, de una manera u otra. No hizo falta mucho tiempo para que yo recibiese la respuesta. Me atrajo su sencillez, su manera de amar y de saber vivir.

A menudo yo escuchaba a los visitantes expresar impresiones y comentarios, asistía a diálogos y recibía sus preguntas. Ellos procedían de países diferentes, gente de toda cultura, de todos los niveles, jóvenes y viejos, de todos los orígenes y colores… Me sorprendía todo eso que se decía a mi alrededor. Todos trataban de comprender cómo este hombre consiguió vivir e integrarse en este rincón aislado del Sahara. Escuchaba a la gente expresarse con puntos de vista diferentes, pero todos con respeto y admiración por este Carlos.

Algunos visitantes me preguntaron por las razones  de mi presencia en ese lugar. ¿Era por razón de estudios, por Carlos, o por el trabajo? ¿Qué pensaba de él? ¿Qué representaba para mí…? Yo respondía a sus preguntas, pero sin duda alguna con muchas reservas. Esto me obligaba a precisar mis pensamientos y a ver lo que ocurría en lo más profundo de mí misma. ¡Qué misterio todos esos acontecimientos y todos esos encuentros! Me pregunto aún, si tratando de comprender las preguntas de los visitantes, yo no buscaba sobre todo el comprenderme a mí misma.

He reconocido que debo a este hombre una importante luz, porque gracias a él he conseguido un trabajo, que no es un trabajo cualquiera, sino un trabajo que me permite entrar en contacto con gente tan diferente en cultura y religión. Ha sido una verdadera alegría descubrir toda la riqueza única que hay en cada persona. Pero todo esto no ha sido fácil, pues yo tenía miedo de perder mi identidad y mis propias raíces. Yo creía estar en un cruce de separación. Pero creo que me equivoqué, pues el cruce era más bien un punto de encuentro y de reunión.

Recuerdo un poco lo que yo había leído sobre Carlos, y es ahí donde sentí, como si él me hablase y me hiciese saber que él se había encontrado él mismo muy a menudo en situaciones de cruce en diferentes momentos de su vida y yo he visto lo que él había hecho para salir airoso.

Hace casi dos años que aprendo y descubro, a través de lo que Carlos ha vivido, todo lo que tengo de riqueza y de único en mí, sin haber perdido mi identidad, ni mis raíces, ni nada más. Al contrario, he llegado a comprender muchas cosas que me ayudan hoy a seguir mi camino con confianza y sin tener miedo. Me he encontrado en sus escritos.

Él repetía a menudo que el cambio y la renovación debían empezar en nosotros. Tenemos que transformarnos en primer lugar en lo más profundo de nosotros mismos para poder cambiar algo en la realidad del mundo. Es necesario que nuestros sueños, se conviertan en realidad y no quedarnos con ideas en nuestra cabeza. Aquellos que han hecho el bien no desaparecen, ellos viven eternamente.

 

Rania Boussaid,

Abadía de Tre Fontane,

12 de noviembre de 2005.