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Extractos de los escritos del hermano Carlos

ABANDONADO EN LA MANOS DE DIOS - Textos más amplios

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Fortín que Carlos de Foucauld hizo construir  para proteger a la población  Fortín que Carlos de Foucauld hizo construir para proteger a la población

En esta meditación, se resume la confianza en Dios que marcó toda la vida de Carlos de

Foucauld:

“Salmo 10. ¡Gracias Dios mío, por ordenarme confiar a través de estas dulces palabras! – Yo me confío al Señor, me abandono a Él, descanso en Él – son las primeras palabras de este salmo, y todo el tema del mismo; (…) Confiarse a su Bienamado, abandonarse a Él, no pensar ya en uno mismo, sino descansar totalmente en Aquel a quien se ama, ¡qué felicidad!, y a esto es a lo que me invitáis, Señor (…) Llevémoslo a la práctica: cumplamos todos nuestros deberes, todo lo que sabemos que Nuestro señor quiere de nosotros, y luego, para todo lo demás, abandonémonos (…), dejémonos hacer. No temamos nada. Tengamos confianza en Dios. Él está ahí, todo acontecimiento está en sus manos: Él lo conduce para bien nuestro: ¿Por qué temer?, ¿por qué cansarnos? …, os bendigo por todo; todo lo que ocurra es algo permitido, preparado, dispuesto por Vos para un bien mayor. ¡Abandonémonos!”

(Meditación 19ª, Salmo 10, Roma 1897)

 

Estas meditaciones corresponden a aquel periodo en el que ha pedido salir de la Trapa y está esperando la repuesta de sus superiores religiosos: se afianza y fortalece en su abandono más radical en las manos del Padre y en el amor a todos los hermanos:

Padre nuestro. ¡Dios mío, qué bueno sois, Vos que permitís llamaros Padre nuestro! ¿Quién soy yo para que mi Creador (…) me permita llamarle “Padre mío”? (…) ¡Qué agradecimiento, qué alegría, qué amor, pero, sobre todo, qué confianza debe inspirarme! Ya que Vos sois mi Padre, Dios mío, ¡cómo debo esperar siempre en Vos! Pero también, como Vos sois tan bueno conmigo, ¡qué bueno he de ser yo para los demás! Ya que Vos queréis ser mi Padre, y el de todos los hombres, ¡cómo debo tener para cualquier hombre, por malo que sea, los sentimientos de un tierno hermano (…) Padre nuestro, Padre nuestro, ojalá yo viva y muera diciendo: Padre nuestro; y por mi agradecimiento, mi amor, mi obediencia, sea verdaderamente vuestro hijo fiel, un hijo que agrada a vuestro corazón. Amén”

(Meditación sobre el Padrenuestro, Roma, 23 enero 1897)

 

Velar porque Su voluntad se haga no sólo en él sino en todas las criaturas. A partir de esta meditación, muchos años más tarde, los discípulos de Carlos de Foucauld extraerán la “oración de abandono”.

“Tal es la última oración de nuestro Maestro, de nuestro Amado. Que sea también la nuestra. Y que no sea sólo la del último instante de nuestra vida, sino la de todos los instantes: Padre mío, me pongo en tus manos; Padre mío, me abandono a ti, me confío a ti; Padre mío, haz de mí lo que quieras. Lo que hagas de mí te lo agradezco. Gracias por todo. Estoy dispuesto a todo, lo acepto todo, te doy gracias por todo, con tal que tu voluntad se cumpla en mí y en todas tus criaturas, en todos tus hijos, en todos aquellos a quienes ama tu corazón. No deseo nada más, Dios mío. Pongo mi vida en tus manos. Te la doy, Dios mío, con todo el amor de mi corazón, porque te amo, y porque mi amor me pide darme, ponerme en tus manos sin medida. Me pongo en tus manos con infinita confianza, porque tú eres mi Padre”.

(Retiro en Nazaret, noviembre 1897)

 

“Como un niño de la mano de su madre…” con paz y alegría.

“Tener verdaderamente fe, la fe que inspira todas las acciones, esa fe sobrenatural que despoja al mundo de su máscara y muestra a Dios en todas las cosas; que hace desaparecer toda imposibilidad, que hace que las palabras “inquietud”, “peligro”, y “temor” no tengan sentido; que permite ir por la vida con una calma, una paz y una alegría profundas, como un niño de la mano de su madre, que establece al alma en un desasimiento tan absoluto de las cosas sensibles (…)”

(Meditación sobre el Evangelio, 1897)

 

Incluso en los tiempos más oscuros:

“Cuando Jacob está de camino, pobre, solo, cuando se tiende sobre la tierra desnuda del desierto para descansar después de una larga travesía a pie, cuando se encuentra en la dolorosa situación del viajero aislado en medio de un largo viaje a un país extranjero y salvaje, sin refugio (…) es en el momento en que se encuentra en esta triste condición, cuando Dios lo colma de favores incomparables.”

(diciembre de 1896, Cartas y cuadernos, presentados por JF Six, p. 42-43)

 

En la tentación, en el dolor, arrojémonos a Dios con fe y amor

“Lc 22, 44. ¡Cuánto más suframos, más hemos de orar! Por desgracia, normalmente,nos ocurre lo contrario: cuanto más sufrimos, más tentados somos, y más nos cuesta orar; la táctica del demonio es envolvernos como en una nube, ahogarnos de alguna manera, en nuestro sufrimiento o en nuestra tentación, e impedirnos elevar la voz y los ojos al cielo (…). Atravesemos esa red, esa nube, no caigamos en la trampa, ya que la conocemos, y cuanto más suframos, cuanto más tentados seamos, más ardientemente, y de todo corazón, ¡arrojémosnos en Dios, llamémosle en nuestra ayuda, con fe y amor!”

(Meditaciones sobre los santos Evangelios, 416ª, 1897-1899)

 

Carlos se deja conducir por el amor y la confianza, o sea “una entrega total”.

“¡Dios nos conduce por caminos tan inesperados! Como yo he sido conducido, zarandeado desde hace seis meses: Staouéli, Roma y, ahora, lo desconocido. Nosotros somos la hoja seca, el grano de polvo, el copo de espuma. Seamos solamente fieles y dejémonos llevar con gran amor y obediencia allí donde nos empuja la voluntad de Dios (…). Allí donde se puede hacer el mayor bien a los demás, allí es donde se está mejor: el olvido de sí, la entrega total a los hijos de nuestro Padre celestial, es la vida de cualquier cristiano, es sobre todo la vida del sacerdote”.

(Carta al P. Jerónimo, Roma 24 enero 1897)

 

Esta confianza en Dios es también esperanza: es poner en las manos de Dios nuestro deseo de una vida fecunda.

“Tú me dices que seré feliz (…) que, a pesar de lo miserable que sea, soy un árbol plantado al borde del agua viva, el agua viva de la voluntad divina, del amor divino, de la gracia (…) y que daré fruto a su debido tiempo. Tú te dignas consolarme; yo siento que no doy fruto, que no hago buenas obras; y me digo: “Hace once años que me convertí, y ¿qué he hecho?” (…) Me veo con las manos vacías de bien. Tú te dignas consolarme y me dices que daré fruto a su debido tiempo. ¿Cuál es ese tiempo? Ese tiempo es el día del juicio: tú me prometes que, si persevero en la buena voluntad y en el combate, por muy pobre que yo sea, daré frutos en la última hora (…)

Y añades: serás un hermoso árbol con hojas siempre verdes, y todas tus obras tendrán un fin próspero, todas darán su fruto para la eternidad.”

(Meditaciones sobre los salmos, Salmo 1, 1897)

 

Carlos encara el don total de su vida, el anonadamiento con este mismo abandono a Jesús y con Él.

“Yo os pediría una cosa: orad para que yo ame; orad para que yo ame a Jesús; orad para que yo ame su cruz; orad para que yo ame la cruz, no por sí misma, sino como el único medio, la única manera de glorificar a Jesús: “El grano de trigo sólo da fruto si muere…” “Cuando sea elevado, atraeré todas las cosas a mí”. Y, como observa san Juan de la Cruz, fue en la hora de su anonadamiento supremo, de su muerte, cuando Jesús hizo un mayor bien, cuando salvó al mundo. Así pues, pedid a Jesús que yo ame verdaderamente la cruz, porque es indispensable para hacer el bien a las almas. Y yo la llevo muy poco, soy cobarde, se me atribuyen virtudes que no poseo (…) y soy el más afortunado de los hombres. Orad, pues, por mi conversión, para que ame a Jesús y haga en todo momento lo que más le place. Amén.”

(Carta a Mons. Guérin, 27 febrero 1903)

 

Esta es una carta escrita por Carlos de Foucauld el mismo día de su muerte. Suma confianza… pues “nunca se amará bastante”, pero Dios nos ama siempre.

“Nuestro anonadamiento es el medio más poderoso que tenemos para unirnos a Jesús y hacer bien a las almas; esto es lo que san Juan de la Cruz repite casi en cada línea. Cuando se puede sufrir y amar, se puede mucho; se puede lo más que se puede en este mundo. Se siente el sufrimiento, pero no siempre se siente que se ama, y esto es un sufrimiento más; ahora bien, se sabe que se querría amar, y querer amar es amar, Se nota que no amamos bastante –esto es verdad, nunca se amará bastante- pero Dios, que sabe de qué barro nos ha hecho, y que nos ama más de lo que una madre podría amar a su hijo, nos ha dicho – él, que no puede morir- que no rechazará a aquel que se acerque a él”

(Carta a Marie de Bondy, 1 de diciembre de 1916.)

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