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Homilía de Mons. Claude Feidt

Arzobispo de Aix y de Arles,

en la Misa de adiós al hermano René VOILLAUME.

 

Catedral de Saint Sauveur, 17 de mayo de 2003.

(Lecturas: 1Jn.1,1-5; Salmo 62; Jn 21,1-19)

 

Queridos hermanos y hermanas:

 

Como Simón Pedro y los demás discípulos que desembarcaban arrastrando una red llena de peces encontraron a Cristo Resucitado en un maravilloso cara a cara, el P. René Voillaume aborda la ribera eterna, con las manos y el corazón llenos de los frutos de su apostolado. ÉI encuentra definitivamente a Jesús Resucitado, lesus Caritas, y entra con Él en la casa del Padre.

Esta página del evangelio que acabamos de escuchar, y que sus hermanos y hermanas han elegido para la Misa de exequias, nos ayuda a entrar en el corazón de su fe, en el corazón de su larga existencia cristiana.

Esta página del evangelio le era muy querida y la había comentado magníficamente en una carta a las Fraternidades escrita en la estación de Dijon -escribía también en las estaciones— el 24 de Marzo de 1957 para la fiesta de la Anunciación.

Cuando fue hospitalizado en febrero pasado, me presenté rápidamente a Visitarle. Lo encontré muy consciente de su estado. Recuerdo que en un momento de nuestra entrevista me dijo: «Monseñor, llego al término de mi larga vida. Estoy feliz. de ir al encuentro del Señor, pero al mismo tiempo, me digo: tengo todavía tantas cosas que decir y escribir...». Me gustaría que nos hablara hoy, y por ello le cedo gustosamente la palabra, haciéndome su intérprete y leyéndoos precisamente el comentario que escribió en 1957, a propósito de la segunda llamada que Jesús dirige a Pedro al borde del lago. Comprenderéis que cuando habla de Pedro, habla de él, habla de nosotros.

En primer lugar habla de la primera llamada que Jesús dirige a Pedro, de la llamada del Señor a cada uno de nosotros. De esta llamada dice: "que Jesús nos separa de nuestras posesiones, de un futuro humano, de familia, de la casa, en una palabra, del mundo. Como Jesús arrancó súbitamente a Pedro, Santiago, Juan de su barca y de sus instrumentas de pesca, de su familia y de sus compañeros, como arrancó a Mateo de su puesto de cobrador de impuestos y a sus amigos del último festín". René Voillaume recuerda: «la novedad exultante del primer descubrimiento de Jesús, un deseo sincero de amarlo, nacido de un sentimiento de simpatía espontáneo para con El, una progresiva formación a través de su enseñanza, la experiencia del Reino, tan diferente a la imaginada». De la primera llamada recuerda también: «la prueba de la pasión, y sus consecuencias; la falta de valor, el miedo, la huida de la cruz. sangrienta y desnuda, y quizás como Pedro, la triple traición». «Es entonces, continua, cuando resuena la segunda llamada de Jesús, en pie al borde del lago, mientras los discípulos le volvían a tomar gusto a las actividades de antaño: es la llamada de un Cristo que ya no es totalmente terrestre y que va a arrancar, esta vez, a sus apóstoles, no solo de las cosas y de las actividades, sino de ellos mismos, entregándolos a los hombres por amor, y para que puedan dar testimonio, así como los peces mantienen a los pescadores día y noche en su esclava tarea. Simón, hijo de Juan, ¿me amas? "Apacienta mis ovejas"». René Voillaume añade: «así ocurre con cada uno de nosotros. Esta segunda llamada de Jesús nos arranca a nosotros mismos, esta vez. en serio y sin ilusiones, para entregarnos a las almas porque nuestra vocación nos asocia par una gracia contemplativa y de manera escondida, a la misión sacerdotal y pastoral de la iglesia. Si no ponemos en nuestra vida un verdadero centro de donación y de amor, de manera humana, siguiendo lo que Jesús nos indica, no podremos perseverar en la generosidad: este centro esta totalmente en Dios, pero irradia también de forma visible, en los hombres que desde toda la eternidad, han sido destinados a alcanzar el don de Dios a través de nuestra propia fidelidad y amor».

 "¿Aceptamos anudar este lazo que nos obliga y nos encadena al único Pastor y Soberano Sacerdote? ¿Aceptamos sus exigencias purificadoras? No se trata de entusiasmos juveniles que esconden la verdadera renuncia, o de un pretexto para no ser solo de Jesús, no, se trata del medio supremo empleado por Jesús para atarnos a su Cruz, atándonos a los demás, y arrancándonos así de las ilusiones y del aburrimiento de la recaída en si mismo, invadiendo nuestro corazón, y trastornando nuestra vida con la preocupación por aquellos que hemos adoptado, y que tienen derechos sobre nosotros, como un niño los tiene sobre su padre y su madre. Nuestra vida no tiene que estar retenida por nada: deberíamos como Santa Teresa del Niño Jesús, como el Hermano Carlos, tener un alma de pastor, de sacerdote, de misionero, de padre, de madre, ávidos de un ministerio que se ejerza en la oración, el sufrimiento, el don de la amistad y la fe a quienes amamos. Definitivamente y a través de nuestra ancianidad, nos mantendremos unidos, en las alegrías y en las penas, a estas hermanos, quizá desconocidos: nuestra vocación de hermanitos no podría encontrar su equilibrio sin ese don. Aquellos de entre vosotros que todavía no lo han hecho no podrían franquear este segundo umbral de la vida, sin escuchar esta segunda llamada de Jesús al borde del lago».

"Pedro, ¿Me amas?" Recordamos el magnífico comentario que sobre esta pagina hiciera Juan Pablo II, en su primera visita pastoral a Francia, en la entrada de Notre Dame de París, el 30 de mayo de 1980. "¿Amas tu, me amas?" decîa Juan Pabio II. "Pedro no puede nunca desentenderse de esta pregunta, la lleva consigo dondequiera que vaya, hasta el fin de su vida. Pedro tuvo que avanzar por el camino acompañado de la triple pregunta: ¿me amas?". En su largo camino el P. Voillaume ha llevado consigo esta pregunta que Jesús planteó a Pedro al borde del lago.

Cuarenta y cuatro años después de lo escrito en la estación de Dijon, en noviembre de 2001, en la Parroquia de San Francisco de Aix, en la homilía hecha con motivo del aniversario de la muerte de P. Foucauld, René volvía sobre esta pregunta. Un testigo de esta celebración me decía, que el Padre ya no leía el texto, lo llevaba en su corazón y con los ojos cerrados concluía su homilía con una pregunta que también se nos plantea a nosotros: «¿nos consideramos llamados a semejante amor de Cristo? No un amor blando, poco exigente, un amor mediocre, como cuando se dice querer a todo el mundo, sino llamados a un amor profundo como el que hizo estallar a Pedro en lágrimas, cuando tomó conciencia de haber traicionado al Maestro: "Señor, tu lo sabes todo, tu sabes que te amo" ».

La segunda llamada que vivió René Voillaume a la orilla del lago, le preparó a la llamada definitiva a la orilla eterna que vive ya. Sabemos cómo hace Jesús esta última llamada; «Bien, servidor bueno y fiel... entra en la alegría de tu Señor... » (Mt 25,21).

Llamado al amor de Jesús-Caritas, René Voillaume sabía también que estaba llamado a la alegría de la Pascua. Lo cito una vez mas: "He aquí la alegría de la Pascua. El gozo de Dios se nos da en Cristo, pero de. momento no podemos gozarlo sino imperfecta e intermitentemente... La alegría que nos espera, espera también a toda la humanidad. Todos marchamos hacia esa alegría, aunque a menudo lo hagamos como ciegos...

Creyendo en Cristo, creemos en la alegría, abrazando a Cristo crucificado, abrazamos la alegría sin saberlo, y la Cruz ensancha en nosotros la capacidad de felicidad que llegará...

Nuestra felicidad consistirá en no conocer jamás el aburrimiento... -imagino que el aburrimiento ha debido ser para él durante los últimos meses una prueba dolorosa- pues todo será nuevo a cada instante, podremos admirar con toda la novedad de nuestra capacidad de admirar; porque esta admiración será siempre como la de un niño que la descubre maravillado.

Nuestra felicidad consistirá en no envejecer... Nuestra felicidad será desbordar de vida, sin fatiga, sin enfermedad, en el gozo de ser lo que somos; y la carne y los sentidos no serán ya un peso, ni causa de duplicidad, sino una palabra articulada de alabanza. Seremos como Jesús.

Nuestra felicidad se verá multiplicada por la de nuestros hermanos.

Nuestra felicidad será total apertura de corazón a los otros y una mirada totalmente limpia. Gozaremos de la alegría de ser perfecta0ente conocidos, pues nada tendremos que esconder, y esta transparencia total abolirá todo egoísmo, toda rigidez., toda envidia, todo sufrimiento olvidado o incomprendido. Cada uno será el centro de la admiración, de la alabanza y de la ternura fraterna de la inmensa multitud de corazones y espíritus transfigurados por su participación en la Resurrección gloriosa de Jesús».

Hermanos y hermanas, en el momento en que celebramos la Eucaristía, que tanto amó, y que no dejó de celebrar, oremos con René Voillaume. Recibamos de él, lo que escribiera en su testamento espiritual: «Y ahora, liberado de todas las incapacidades de comunicar y de todas las limitaciones unidas a la condición terrestre, os prometo, si Dios lo permite, estar presente a cada uno y pedir al Señor que os bendiga, que os ayude en los momentos difíciles y en las pruebas dolorosas. Pediré especialmente por los matrimonios jóvenes y por las nuevas generaciones para que continúen generosamente fieles a la fe cristiana. Suplico a la Providencia que vele por todos vosotros, hasta el día en que uno tras otro, os unáis a mi en la eterna vida de Cristo".

Hermanos y hermanas, como acabamos de cantar en el salmo, que el Señor Jesús, el Cristo Pascual, conduzca a René Voillaume y a nosotros con él, al manantial de la vida.