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La Misión como presencia de Dios

María ha estado seis meses en España, viviendo en la fraternidad de Málaga. De nuevo ha regresado a su país de adopción, Argelia.  Mientras estuvo con nosotras ha tenido la ocasión de poder compartir con diferentes grupos de religiosos su experiencia de vida, nos alegra poderos hacer llegar su testimonio.

Puntos para compartir:

1.    Lo vivido durante 37 años en Argelia como Hermanita de Jesús.

2.    Dificultades y desilusiones en el camino de adaptación.

3.    Alegría de compartir nuestra común humanidad.

4.    La Misión en  tierras del Islam.

5.    La Iglesia de Argelia, Iglesia de “encuentro”  y de esperanza.

6.    Testigos de esta Misión

   Carlos de Foucauld

   Hermanita Magdelaine

   Cardenal Duval

   Pierre Claverie.

 

Mi vida en Argelia

Me presento… me llamo María y soy hermanita de Jesús desde hace 46 años… Nací en Barcelona.

Vivo en Argelia desde el año 1969. He pasado 8 años en un barrio de chabolas en una comunidad de tres hermanas, en la periferia de Argel, trabajando como obrera en una fábrica de construcciones telefónicas.

Llegué pensando que aunque difícil, aprendería el idioma y comprendería a este pueblo musulmán que no conocía en absoluto.

Me adapté relativamente bien, pero rápidamente me di cuenta que el árabe no lo aprendería tan rápido como creía…, fue mi primera desilusión.

La segunda desilusión fue darme cuenta de lo que significa sentirme extranjera y no contar para nada. Nadie me necesitaba y yo necesitaba la ayuda de todos los que me rodeaban: argelinos, musulmanes… Tuve que ir aceptando todas mis meteduras de pata, mis errores, reírme con todos ellos y seguir pidiendo ayuda constantemente… Vivir esto en el trabajo y en el barrio me ha conducido a cimentar poco a poco una real y profunda amistad, no con todo el mundo, pero sí con muchas personas.

Otros 15 años los pasé en Oran, en el norte del país, en un barrio casi en ruinas y trabajando en una fábrica de zapatillas, donde la mayoría del personal eran mujeres muy jóvenes, o divorciadas. Necesité hacer un nuevo proceso de adaptación, que resultó muy positivo, pues la mayoría de mis compañeras no habían visto nunca a un cristiano “en carne y hueso”.

Aquí la vida me llevó a poder participar en acontecimientos familiares de unos y otros: fiestas, bodas, funerales…, nacimientos. Descubrí que frente a estas realidades, todos somos iguales y, que podemos sentirnos muy unidos a pesar de ser de culturas y religiones diferentes.

En 1992 regresé a Argel, donde el barrio de chabolas había sido destruido y las familias que vivían allí fueron realojadas en varios barrios nuevos de la ciudad. Gracias a nuestros vecinos, nos concedieron un piso para nosotras en las viviendas sociales, como a todos ellos. Allí viví los 10 años de terrorismo y de allí vengo…

Me habéis pedido que os comparta cómo vivimos la Misión en tierras del Islam…

Me parece que lo primero que tenemos que tener muy presente es llegar a estos países con un profundo respeto de la religión y su cultura. Aceptar que para conocerlos se necesita tiempo, paciencia, abrir mucho los ojos a la realidad y saber escuchar.

No podemos olvidar los valores de nuestra cultura, pero sin absolutizarlos. El otro tiene también muchos valores que debemos descubrir, por ejemplo, el sentido de la presencia de Dios en la vida, la hospitalidad, el respeto del pobre… 

No tengo ninguna experiencia del diálogo islamo-cristiano a nivel teológico… en los ambientes populares donde vivimos nosotras es el diálogo de la vida el que experimentamos, y de éste si os puedo hablar.

Creo firmemente que una presencia cristiana en ambiente o país musulmán, es para ellos como una ventana abierta, pues muchas corrientes islámicas actuales intentan encerrar, “poner murallas”…, tal vez debido a una crisis de identidad de estos pueblos. Actualmente, muchos jóvenes argelinos, se acercan a nosotr@s porque se ahogan en su propia religión y no tienen derecho a cuestionarse, a dudar, a reflexionar…Por esto es muy importante la centralidad de la escucha.

Como Iglesia, en Argelia nos definimos como una Iglesia de Sábado Santo, -silencio y esperanza-, pero sobre todo como Iglesia del Encuentro. La imagen que más nos habla es la de la Visitación: como María, llegamos a este país para un servicio fraterno, pero lo que ocurre es más grande, es un encuentro en el que se despierta lo más importante de lo que cada uno lleva en lo más profundo de su corazón y, que, como en María y en Isabel es obra del Espíritu Santo.

Para durar en estos países y, durar es esencial, tenemos que saber arraigarnos profundamente en nuestra fe, a través de la oración y el compartir en comunidad y en Iglesia. El musulmán respeta al cristiano que reza y, poco a poco le hace confianza a pesar de lo que puedan decir sus responsables religiosos.

Es importante vivir con las puertas y ventanas abiertas, que todos vean cómo vivimos, ya que se nos observa mucho, pues somos pocos y la imagen que se hacen de nosotros por la televisión es muy negativa.

Personalmente os tengo que decir que, vivir inmersa en un océano musulmán, sintiéndome como una gota de agua, me ha hecho profundizar mi fe en lo esencial. Es en Argelia donde he descubierto lo que es la Iglesia, una Iglesia al servicio de todos, sean cristianos o no. La fuerza que da la comunión de los Santos para vivir la soledad, la Eucaristía como celebración de nuestra fe: misterio de la muerte y resurrección de Jesús y, a partir de él, ir dando nueva vida gratuitamente, sin buscar resultados, pero convencidas que por la gracia de Dios nuestra vida es fecunda, pero tal vez, no de la manera que nosotros y nosotras solemos esperar.

En Occidente la práctica religiosa ha disminuido mucho, de esto todos sois testigos, mientras que en estos países musulmanes, aumenta cada día, se construyen muchas mezquitas, incluso en familia se practica más estrictamente el ayuno, la oración y la limosna. Unos miran hacia Occidente con admiración y envidia, otros como el centro de donde vienen todos los males: el ateismo, la inmoralidad, la injusticia y la guerra. Nosotras venimos de este mundo. Por esto tenemos que acercarnos a todos ellos con un profundo respeto, como Moisés, para poder ver la zarza ardiendo, quitándonos las sandalias pues es tierra sagrada.

Como dijo, durante toda su vida, nuestro querido Cardenal Duval, nuestra sola arma es el Amor Fraterno.

“El testimonio evangélico es un acto de amor… y, el verdadero amor es gratuito. La consecuencia es que debe ser desinteresado y es el amor que funda el respeto al otro. El amor está dispuesto a perdonar y es universal… Todo apostolado tiene que estar al servicio de la libertad”.

 ¡GRACIAS María y hasta siempre, sabes que esta es tu casa!

Homilía del P. Claverie en Proulhe, cuna de la Orden Dominicana

 

En las Alpujarras con las hermanitas de Málaga