Homilía del P. Claverie en Proulhe, cuna de la Orden Dominicana

 

Desde que empezó el drama argelino, me han preguntado a menudo: ¿Qué hacéis allí? ¡Regresad a casa sacudiendo el polvo de vuestras sandalias!... ¿Dónde está nuestra casa? Estamos allí a causa de este Mesías Crucificado, no por otra cosa ni por ningún otro. No tenemos intereses que salvar, ni influencias a mantener. No nos sentimos empujados por no se qué perversión masoquista o suicida. No tenemos ningún poder, pero estamos allí como en la cabecera de la cama de un amigo o de un hermano enfermo, en silencio, cogiéndole la mano, secando el sudor de su frente. A causa de Jesús, porque es él quien sufre allí, en esa violencia de la que nadie escapa, crucificado de nuevo en el cuerpo de miles de inocentes. Al igual que María, su madre y san Juan, estaban allí, al pie de la cruz en que Jesús muere, abandonado por los suyos y ocasión de burla para la gente. Para el cristiano ¿no es esencial estar presente en los lugares de sufrimiento, de menosprecio, de abandono…?

¿Dónde estaría la Iglesia de Jesucristo, que es ella misma Cuerpo de Cristo, si no estuviera allí en primer lugar? Creo que la Iglesia se muere por no estar bastante cercana de la cruz de su Señor. Por muy paradójico que pueda parecer, y san Pablo lo expresa bien, la fuerza, la vitalidad, la esperanza cristiana, la fecundidad de la Iglesia viene de allí, de ningún otro lugar, ni de otra manera. Todo lo demás no son más que falsas ilusiones. La Iglesia se equivoca y engaña al mundo cuando se sitúa como un poder entre otros, como una ONG, o como un movimiento evangélico de gran espectáculo. Podría brillar, pero no quemar del fuego del amor de Dios, “fuerte como la muerte”, como dice el Cantar de los Cantares. Pues es una cuestión de amor, de amor en primer lugar y solo de amor. Una pasión de la cual Jesús nos ha dado el gusto y señalado el camino: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn. 15, 13).

Dar su vida. Eso no está reservado a los mártires, o al menos, estamos llamados, tal vez, a convertirnos en mártires, testigos del don gratuito del amor, del don gratuito de su vida. Este don nos viene de la gracia de Dios que nos ha sido dada en Jesucristo.

Dar la propia vida es esto y nada más. En cada decisión, en cada acto, dar concretamente algo de sí mismo: el tiempo, una sonrisa, la amistad, alguna habilidad propia, una presencia aunque sea silenciosa o impotente, una atención, un apoyo material, moral y espiritual, una mano tendida… sin cálculo, sin reserva, sin miedo a perderse.

 

Pierre Claverie OP (23 de junio1996)

Asesinado en Oran el 1 de agosto 1996