EL MONASTERIO DE “JÉSUS SAUVEUR DE HONDA”, EN BURKINA FASO

Aurelio Sanz Baeza

El hermano Enmanuel Kalmogo, sacerdote de la Fraternidad Sacerdotal “Iesus Cáritas” en Burkina Faso, creó el Monasterio de “Jésus Sauveur”, cercano a la aldea de Sabce, en el paraje de Honda, al noroeste de Burkina Faso, movido por una entrega a Jesús a través de la vida monástica, inspirado en dos espiritualidades: la de san Benito de Nursia y la del beato Carlos de Foucauld. La síntesis de ambas conforma esta forma de vida religiosa en el seno del África profunda, de la sabana seca de un país del Sahel.

El obispo de Ouahigouya, Philippe Ouédraogo, introductor de la Fraternidad en Burkina Faso, dio su apoyo para la creación de este monasterio, y Enmanuel, tras su paso por la experiencia de monje en Nuestra Señora de las Nieves, en Francia, como el hermano Carlos, novicio permanente en el camino de Jesús, hace de su sueño un lugar para la fraternidad y la vida religiosa.

Hace casi cuatro años encontré al hermano Enmanuel, en su acogida del eremitorio junto al monasterio, abierto a quien quiera habitarlo, donde puede el alma escuchar a Dios para los días de desierto, para la contemplación en el silencio más absoluto, para vivir la soledad como medio de encuentro, el hermano adusto, sabio, anciano, austero, humilde, pequeño, pero cargado de energía y de sueños. Vive Nazaret en el espacio comunitario y de oración que se va desarrollando en el monasterio, pequeñas construcciones de adobe, sin luz ni agua corriente; jóvenes futuros monjes que saben que Jesús es su Salvador y trabajan y oran en el ambiente monástico de Honda.

A la sombra del árbol de karité, y con la vista puesta en el viejo baobab, junto al eremitorio, preparamos el proyecto “Wend be ne do” con miembros de la Fraternidad Carlos de Foucauld burkinabé, que actualmente acoge en Bam a casi cuatrocientas personas portadoras del VIH o con sida declarado, entre adultos, jóvenes y niños. Aquel árbol de karité del cual tomé varias hojas –una de ellas está pegada al lado de la pantalla del ordenador desde donde escribo- para traer a España a los amigos y organizaciones que apoyamos el proyecto. Las hojas no escritas de las vidas de gente cargadas de angustia, exclusión por su enfermedad y, al mismo tiempo, esperanza. Las  hojas de un árbol que, ahora secas, son todo un símbolo de vida.

Once futuros monjes jóvenes se preparan para profesar con un tiempo de postulantado y noviciado.

Me he encontrado con el hermano Enmanuel cada año, y en la última visita en enero de 2008 accedió a concedernos este espacio para este número de nuestro BOLETÍN.

P.- Dinos, ¿por qué esta vida monástica en un país como Burkina Faso?

    R.- La mayor parte de los religiosos y religiosas que tú conoces son probablemente hombres y mujeres de vida activa. Nosotros, los monjes, somos religiosos de vida contemplativa, situados físicamente distanciados del mundo, de la agitación de las ciudades o de los pueblos, y el silencio nos ayuda a vivir en oración, en la presencia continua de Dios. Las orientaciones de san Benito son la base de organización de nuestra vida monástica, y la espiritualidad del hermano Carlos de Foucauld nuestra directriz espiritual. El hermano Carlos anunciaba la buena noticia estando en medio de un pueblo con una fe diferente a la suya. Nosotros queremos desde nuestro sentido monástico manifestar al mundo también nuestra fe, desde el silencio y la presencia en medio de estas aldeas pobres, sencillas, de gente con una fe que puede ser también la fe cristiana o no, pero en los que Dios tiene puesto su corazón.

P.-¿Cómo es el día a día de Nazaret en Honda?

R.- Una vida austera, de oración, de adoración, de celebración de la eucaristía diaria contemplando la entrega generosa de Jesús Salvador al mundo. Trabajamos en el campo, en los cultivos de mijo y algunas hortalizas, aprovechando la estación de lluvias. Hacemos nuestra propia comida con lo que nos da la tierra. Estamos abiertos a quienes quieran tener aquí un tiempo de silencio, y vivimos la misión al estilo de santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones, que no pisó nunca la tierra de África, pero que vivió su oración y su vida por esa causa.

P.- La espiritualidad de Carlos de Foucauld, el espíritu de Nazaret, ¿qué supone todo ello para la vida de los futuros monjes?

R.- Los jóvenes que vienen a Honda y que quieren ser monjes del monasterio provienen de las parroquias, de los grupos de jóvenes que ya se han confirmado, con un tiempo previo de estancias para pensar y para ponerse a la disposición de Dios. Deben venir teniendo claro dónde están y qué desean, Esta vida no es fácil, pero tampoco es fácil la vida en las aldeas ni en los pueblos o ciudades de Burkina. La pobreza  está generalizada. Nosotros vivimos todo eso aquí, en este pequeño espacio africano, con los inconvenientes de un país del Tercer Mundo.

El trabajo y la oración son hoy tan actuales como hace siglos, y la espiritualidad del hermano Carlos nos ayuda a vivir el evangelio tratando de hacerlo con radicalidad, en la contemplación. En la mesa leemos el evangelio durante la comida, y los escritos de Carlos de Foucauld en la cena. Lo hacemos en silencio para escuchar la sabiduría de Dios y alimentarnos también de sus palabras, no sólo del alimento sencillo y pobre que recibimos como hijos suyos.

Nuestra charla sigue entre sorbos de agua aromatizada con algo parecido al limón, la gallina escuálida que se posa en la mesa, el perro que acude para recibir la palmada amistosa en la cabeza, la mirada profunda del hombre de Dios que no te escruta, sino que te comunica corazón y fe.

Nazaret está también en Honda, en la pobreza de una tierra sedienta y de unos hombres que han optado por seguir a Jesús como monjes. El hermano Enmanuel me llena de gozo el corazón con  su gran regalo de acogida y fraternidad.

 

 

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