Extractos de los escritos del hermano Carlos
CONTEMPLAR EN EL CORAZÓN DEL MUNDO - Textos más amplios
Después de su conversión, Carlos siempre estuvo buscando una vida dedicada a la oración y
la contemplación. Pero su manera de concebirlas no dejó de evolucionar mientras que se sentía llamado a acoger en lo más profundo de su corazón tanto a Dios como a cada persona humana… abrazando en el mismo acto de amor a Dios presente en el hermano, y a Dios presente en el altar.
“No tenemos dos corazones como me dijeron tantas veces: uno de fuego para Dios y otro de hielo para los hombres. Ya que no tenemos más que uno solo, cuanto más cálido sea para Dios más cálido será para aquellos que Dios nos ha concedido amar.”
(Carta a L-J Balthasar, 30 abril 1893, Trapa de Akbés)
Todos nuestros instantes deben ser empleados en lo que más le glorifique y el más santo, más sagrado es el dedicado a la oración:
“Demos a Dios lo que es de Dios, es nuestra primera obligación ... y en este "deber" entra la oración: se la debemos ineludiblemente: ya que es a Dios que la debemos, que pase ante toda otra cosa. Consagremos ampliamente cada día a la oración todo el tiempo que debemos consagrarle... todo nuestro tiempo, todos nuestros instantes son de Dios y deben ser empleados de la manera que más le glorifique, pero los que están consagrados a la oración son aún más especialmente suyos, porque solo están ocupados en su pensamiento, en su servicio, y esta parte de nuestra vida se exhala como un perfume destinado a Él solo, en pura pérdida de nosotros mismos, podríamos decir... Así, a menos de una voluntad expresa de Dios, no nos distraigamos nunca con otro empleo, ni que sea piadoso, el tiempo que hemos decidido emplear en la oración, porque el tiempo de la oración es el más santo, el más sagrado de todos”.
(Meditación, Mc 12, 17)
Hazme ver Tu presencia en mí y en todo y hazme desear agradarte en todo:
“Dios mío, dígnate darme ese sentimiento de tu presencia, de tu presencia en mí y en torno a mí, (…) y al mismo tiempo, ese amor temeroso que se siente en presencia de aquel a quien se ama apasionadamente, y que nos hace quedarnos ante la persona amada sin poder apartar los ojos de ella, con un gran deseo y voluntad de hacer cuanto le agrada, todo lo que es bueno para ella, con un gran temor de hacer, decir o pensar cualquier cosa que le disguste o que le haga daño”.
(Nazaret, Retiro, noviembre 1897)
El valor de la oración es el amor que pongamos en ella, que sea en el recogimiento de la capilla o en las ocupaciones cotidianas.
“La oración, la contemplación, forman necesariamente parte del amor: es su compañera natural, inseparable; cuando amamos, miramos sin cesar al ser amado, no podemos separar los ojos de él; estamos delante de él en una contemplación a la que no quisiéramos poner fin: cuanto más amamos, más contemplamos; y cuanto más contemplamos, más amamos. Orar sin cesar es amar sin cesar; la mejor oración es la que contiene más amor, que sea a los pies del altar o en medio de mil ocupaciones materiales, poco importa, la mejor es aquella en la que amamos más. Cuando amamos tenemos sed de unirnos al ser amado, de fundirnos con él, de desaparecer en él”.
(Meditación Mt, 2,11)
Pensamientos, palabras, obras, todo puede ser oración, acción de gracias… se podría añadir: Eucaristía.
"Paz, gozo, consuelo, gracia, maravillosa felicidad que yo disfruto. No sé cómo no desfallecer ante tales misericordias; suplicar a la santa Virgen, a los santos y a todas las almas piadosas y agradecerles por mí, pues yo sucumbo bajo las gracias. Oh, Esposo mío, ¿Qué no habéis hecho por mí, para haberme abrumado así? ¡Dios mío, agradécete tú mismo en mí!; hazte a ti mismo en mí el agradecimiento, la fidelidad y el amor; yo sucumbo, desfallezco, Dios mío; haz que mis pensamientos, mis palabras y mis obras sean una acción de gracias en que tú enteramente te des gracias y seas glorificado en mí. Amén. Amén. Amén."
(Notas de un retiro en 1897)
Estar con el Amado todos los momentos de la vida, ya que Él está siempre con nosotros:
"Tres y media de la mañana. Santísima Virgen, San José, ponedme en este día, en estos días que vienen, en todos los días de mi vida, con vosotros, como vosotros, a los pies de Nuestro Señor... Haced que le adore, le contemple, le ame, le obedezca siempre... Haced que como vosotros no le vea sino a Él y le vea siempre. Tenerlo sin cesar como vosotros a mi lado para que no me perturben las tentaciones, para que le vea, lo considere, lo contemple siempre, y que no vea nada de las cosas que no son Él, que me sean todas como una noche profunda, y que Él ilumine mi alma con su luz celestial, sin ocaso y sin eclipse... Que mientras rezo, leo, trabajo, hablo, duermo, como... en casa o por el camino, noche y día, esté como vosotros con Él, perdido en Él, sumergido, abismado en Él, que viva en Él, por Él, para Él, sumergido con vosotros sin medida en su amor, su obediencia, su imitación, que sea su queridísimo, tierno, fiel hermano pequeño, que consuele su corazón lo más que pueda todos los momentos de mi vida."
(Meditación del Evangelio 4 de julio de 1898)
Orar es amar. Carlos habla en boca de Jesús explicando cómo uno puede mantener la mirada hacia Dios a lo largo del día.
“Hijos míos: en la oración, lo que yo quiero de vosotros es el amor, el amor, el amor. Además del tiempo que debéis consagrar cada día únicamente a la oración, debéis durante el resto de vuestra jornada elevar lo más frecuentemente posible vuestra alma hacia mí. Según el género de vuestras ocupaciones, podéis hacerlo pensando constantemente en mí, como ocurre en algunos trabajos puramente manuales, o tal vez podáis levantar los ojos hacia mí solo de cuando en cuando. Ahora bien, que esto sea lo más a menudo posible.
Orar es, sobre todo, pensar en mí amándome. Cuanto más se me ama, tanto más se ora. La oración es la atención amorosa del alma fijada en mí: cuanto más amorosa es la atención, tanto mejor es la oración.”
(Retiro en Nazaret, noviembre de 1897)
Sin embargo al llegar a Beni-Abbés donde acoge a mucha gente, Carlos vive una lucha interior entre su sentido de la vida contemplativa de tipo monástico, y la llamada a otra forma de vida contemplativa.
“Orden y actividad para economizar el tiempo y poder guardar una vida contemplativa, a la vez que me hago todo para todos, de modo que dé a todos a Jesús. …. Esforzarme de todo corazón por adorar lo más posible y lo más perfectamente posible, al Santísimo Sacramento, por ser bueno con todos, por rezar y hacer penitencia por todos, por dar buen ejemplo de manera que viéndome se vea una fiel imagen de Jesús, en fin, por santificarme lo más posible”
(Retiro en Beni-Abbés, junio 1902)
Pero ya en 1899, tiene esta intuición del tesoro sagrado que se esconde en cada huésped:
“Los hermanos, no sólo deben recibir con bondad a los huéspedes, los pobres y enfermos que se presenten ante ellos, sino que deben invitar a entrar a los que se encuentran en su puerta, pidiéndoles como una gracia, de rodillas si fuera necesario, como Abraham a los ángeles que no pasen por la puerta de su siervo sin aceptar su hospitalidad, sus cuidados, las señales de su fraternal amor. Que todos sepan, desde lejos, que la fraternidad es la casa de Dios, donde todo pobre, todo huésped, todo enfermo, es siempre invitado, llamado, deseado, acogido con alegría y gratitud por hermanos que le aman y ven la entrada bajo su techo como la llegada de un tesoro. Ellos son, efectivamente, el tesoro de los tesoros, porque son Jesús mismo. Recordad: “Todo lo que le hagáis a uno de estos pequeños, a mí me lo hacéis.”
(Obras Espirituales, Reglamento de los Hermanitos del Sagrado Corazón, 460, Nazaret, 1899)
Contemplar en el mundo, es ver a los más pobres, con otra mirada que nos hace admirarlos.
Lc 2, 8-20. No despreciamos a los pobres, a los pequeños, a los obreros; no solamente son nuestros hermanos en Dios, sino que son ellos los que imitan más perfectamente a Jesús en su vida exterior. Ellos nos hacen presente perfectamente a Jesús, el obrero de Nazaret (…) Ellos son los primeros entre los elegidos, los primeros llamados a la cuna del Salvador. Ellos fueron la compañía habitual de Jesús, desde su nacimiento hasta su muerte; a ellos pertenecían María, José, los Apóstoles y estos benditos pastores. Lejos de despreciarles, honorémosles, honremos en ellos las imágenes de Jesús y de sus santos padres; en lugar de desdeñarlos, admirémosles, envidiémosles, y que nuestra admiración y envidia sean fructíferas y nos lleven a imitarles.”
(Meditaciones sobre los santos Evangelios, 275ª, Nazaret, 1898)
En el texto siguiente, vemos cómo se unifican los pilares de la espiritualidad de Carlos de Foucauld: en particular su amor a Jesús en la Eucaristía, y su amor a Jesús en los demás. Deseando establecerse en Tamanrasset, está discerniendo entre dos posibilidades: ya sea en los roquedos más asequibles de la orilla del arroyo, muy cerca del pueblo, para encontrar a la gente, ya sea en la cumbre del monte para estar con Dios. A través de su duda, se puede sentir su camino espiritual: desde una vida contemplativa en la soledad del corazón, hacia una vida contemplativa de un tipo nuevo…
“El primer punto tiene la ventaja de poder ocuparse inmediatamente, acondicionándolo en poco tiempo, ser de fácil acceso, y desde el principio el lugar que ocupará más tarde una fraternidad, si se establece aquí… el 2º punto tiene la ventaja de estar lejos de la gente y del ruido y proporciona la soledad con DIOS. (…)
Que el Esposo se digne decirme cuál de los dos lugares quiere para mí hoy. Hoy y en el futuro, “si puedes, quédate en el primer lugar, en esas rocas parecidas a las de Belén y Nazaret, donde tienes al mismo tiempo la perfección de mi imitación y la de la caridad; en cuanto al recogimiento, es el amor lo que tiene que recogerte en mí interiormente, y no el alejamiento de mis hijos: mírame en ellos; y vive cerca de ellos como yo en Nazaret, perdido en Dios. En las rocas donde yo te he traído a pesar tuyo, tienes la imitación de mi vivienda en Belén y Nazaret, la imitación de toda mi vida de Nazaret, queda a tu alcance la caridad para con todos los habitantes del lugar y los viajeros, la caridad para tu compañero acortando mucho sus fatigas, el recogimiento al suprimir las distracciones de ese largo trabajo de construcción encima de un monte; la pobreza, suprimiendo los gastos de una construcción difícil; la humildad, teniendo como yo una vivienda sencilla, pobre y escondida, en vez de una que se vea desde lejos; la esperanza de hacer más el bien, estando más en contacto con las almas, la de tener algún día hermanos que ocupen un lugar donde pueden multiplicarse y llegar a ser una fraternidad regular; en fin, y esto es inmenso, tienes la presencia del Santísimo Sacramento en el Sagrario dentro de poco, pues en pocos días puedes preparar un oratorio.”
(Cuaderno de Tamanrasset, 26 de mayo de 1904)